Martirologio español
Desde Jesucristo a nuestros días, la Iglesia guarda en su martirologio o santoral a todos aquellos de sus hijos que han dado testimonio de la fe cristiana, unas veces de modo incruento, con el sencillo ejemplo de sus vidas abnegadas y puestas al servicio de los demás, o dedicadas a una ininterrumpida plegaria a favor del mundo; otras, de modo cruento, derramando su sangre. El martirologio se inauguró con estos últimos, ya en el primer siglo de nuestra era.
De entre las naciones que se fueron forjando bajo el signo de la civilización cristiana, España ocupa un puesto destacado por el número de los suyos que han escrito sus nombres en el martirologio. No sólo en la época imperial romana, de la que era provincia. Vinieron, luego, los llamados bárbaros del norte. Más tarde, la invasión musulmana de ocho centurias. A continuación, la ofrenda misionera de un mundo nuevo. Luego, las ideas jacobinas que invadieron Europa desde el trampolín de la guillotina francesa. Por último, la influencia soviética en nuestra patria.
De las consecuencias del comunismo soviético, que fanatizaron las turbas hasta llegar al grito traidor de “Rusia sí, España no”, surgieron estos mártires de nuestra reciente y triste historia, que este fin de semana los sube la Iglesia a sus altares para ejemplo de esta generación cristiana que vive su anodina existencia sin pena ni gloria.
Sí, la Iglesia no sólo mira hacia atrás sin ira, sino que descubre y hace patente que la muerte de sus hijos es un holocausto del más bello amor. Miles de ellos fueron sacrificados. Paradójicamente, la persecución religiosa en España sólo es comparable a la purga stalinista. Aquí, como allí, el agravante viene dado por la condición familiar de los verdugos, como si la muerte de Abel a manos de Caín fuera un sino apocalíptico de inevitable factura.
Mártires de España, rogad por nosotros.Alfonso Gil González