Memento, homo
La Cuaresma abre sus puertas al desierto de la penitencia y conversión. Las cabezas están rapadas o marcadas con la señal gris del polvo o ceniza en que nuestros cuerpos se verán reducidos, pues del barro vinieron. No será aniquilación, sino humillación.
La ceniza procede de las palmas y olivos del último Domingo de Ramos, quemados en aras de la verdad humana, de lo que los hombres son y de lo que los hombres se creen que son. No habrá cedro que no sea abatido. No permanecerá mucho tiempo, aunque poco ya es demasiado, la soberbia humana. Todo debe purificarse.
La vida, de hecho, es un camino cuaresmal. Nos imaginamos oasis donde no los hay. Hace tiempo que salimos del paraíso, y su añoranza nos atrae inevitablemente. Pero no será un paraíso pensado por el hombre. A lo más que llegan algunos es a levantar puticlubs, donde los que se creen machos desahogan sus infidelidades, ya iniciadas en el tálamo conyugal o en el catre solterón.
La tragedia humana gira sobre su identificación con el cuerpo. Se mira al espejo y se cree contemplarse. Mas sólo hay caretas y disfraces. La verdad, la realidad, no se asoma en los espejos. Las muestras de la vida siempre son apariencias de muerte, pues ésta la oculta a cada instante.
Ya quedó atrás aquello tan tremebundo de acuérdate que eres polvo –por muy enamorado que sea- y al polvo volverás. Nos estamos acercando a algo más práctico: conviértete y cree en el Evangelio. El oasis ya no será espejismo cuando asumamos que somos Vida y ésta indestructible. Pero muchos se reirán aún de estas reflexiones.
Alfonso Gil González