Mensaje de Navidad
Teniendo de fondo la perícopa de Lucas 2, 1-14, quiero expresar lo siguiente como mensaje navideño. Entramos en el centro de la historia. La historia de Dios mezclándose con la humana. Un edicto imperial y una decisión divina. Por tercera vez sale José en las páginas del Evangelio. Y, esta vez, como simple ciudadano y súbdito de un invasor. La injusticia humana que es medio, para un santo matrimonio, del cumplimiento de la divina justicia. En español solemos decir que “Dios escribe derecho con renglones torcidos”. Y se produce el acontecimiento más grande que pudo presenciar la humanidad, pero que no quiso presenciarla. Se casó la luz con las tinieblas, la riqueza con la miseria, la vida con la muerte, para que, siendo uno, ya no haya ni muerte, ni miseria, ni tinieblas. Para que el mundo caminara, definitivamente, con luz inextinguible.
Pero “no había para ellos lugar en la posada”. Demasiado humildes, demasiado insignificantes, demasiado forasteros. Yo creo firmemente que aún siguen sin posada. Lo dice el Apocalipsis: “Yo estoy a la puerta y llamo. Si alguien me abre la puerta” –contados con los dedos de la mano, sobrarían dedos-, “entraré y cenaré con él y él conmigo”. Los cristianos no reflejamos la alegría inmensa de haber hospedado a Jesús, a pesar de las lucecitas, los villancicos y los mazapanes.
Es seguro que a Cristo sólo llegan a conocerlo los pobres, los humildes, los que vigilan, los que esperan. Porque a ellos Él se anuncia con la esperanza de no quedar defraudado, de que no se le pongan pegas, de que no sean “sabelotodo”, de que tengan hambre. ¿Cómo podría esperar a Cristo un Herodes o un sumo sacerdote? ¿Cómo le puede esperar el situado, el explotador, el vividor, el orgulloso? Imposible. El poder y la razón humanos son opositores permanentes de la verdad. Su pregunta favorita es ¿cómo es posible? Y si dan una explicación a lo que ven, nunca será el poder de Dios a quien recurran.
Pero sigamos. Nos aguarda “un niño recostado en un pesebre, envuelto en unos pañales”. Ah, se me olvidaba. ¿Oís el canto? Sí, el que están entonando a coro todos los ángeles del cielo. ¿Lo oís? El nacimiento de este Niño es el primer paso de la paz que Dios va a firmar con los hombres. O el último, ¡qué más da! Pero, ¿oís bien? No es sólo música celestial. Es letra y música. No sabemos en qué clave estará música tan inefable. ¿Y la letra? “Gloria a Dios en las alturas, y en la Tierra paz a los hombres en quienes Dios se complace”. No lo olvidemos. Cristo es la gloria del Padre y la paz de los hombres.
¡FELIZ NAVIDAD!
Alfonso Gil González