Desde mi celda doméstica
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domingo, 10 de mayo de 2015

MI PRIMER DIARIO


Mi primer diario 


Hace ahora 50 años que, estando yo estudiando en el Colegio Seráfico de Cehegín, ya en el último curso de bachillerato, cayó en mis manos una pequeña agenda de bolsillo, marca Lumen, editada por Producciones Myrga, con tapas forradas en tela de color morado,  hoy descoloridas, en la que determiné escribir lo más sobresaliente, a mi entender, de lo que aconteciera ese año, 1959, a mi alrededor. Y me puse manos a la obra desde el mismo primero de enero. 
No recuerdo si en años anteriores haría lo propio, pues no conservo documento que lo pruebe. Sin embargo, al final del pequeño librito, anoté las dos noticias que yo consideraba más importantes del año anterior: la muerte del papa Pío XII, el 9 de octubre de 1958, y la elección del sucesor, el papa Juan XXIII, el 28 del mismo mes. Escribí que la muerte del papa Pacelli se producía en su residencia de Castelgandolfo, a las 4 menos ocho minutos de la madrugada, después de una grave enfermedad de la que nada se podía esperar, a no ser la intervención del cielo. Y añadí que la elección del papa Roncalli se efectuaba después de doce votaciones celebradas en Roma por todos los cardenales del mundo católico, a las 7 de la tarde, y pedía a Dios le concediera muchos años de reinado, aunque sabía que ya era un anciano venerable.
En la primera página de la agenda anoté mi nombre completo, la dirección exacta de la casa de mis padres y algunas cosas de poca monta, como que tenía 15 años, que pesaba 50 kilos, que medía 1´68 metros y que calzaba un 41 de zapatos. Ahora, esas medidas están alteradas por arriba, especialmente el peso y los pies, pero no es necesario que les diga hasta qué punto. Sí, en cambio, les diré algo de lo que anoté en enero. Por ejemplo, que nos radiaron la Misa del Gallo, cantada a 4 voces; que José Luis Castillo, premio nacional de novela en 1958, vino a dar una charla al Aula de Cultura de Cehegín; que fray Juan Zarco nos leyó un artículo sobre la Universidad de la que más Premios Nobel habían salido; que hubo un robo de alimentos en el convento franciscano, que casi nos quedamos sin comer; y que, en el campo de fútbol de Cehegín, un individuo dio una patada a un jugador en el estómago, dejándolo casi muerto.
En febrero de 1959, según tengo anotado, los seráficos cantores asistimos al entierro del médico Don Antonio Bernal, que tenía su consulta al final de la Cuesta del Parador, en Cehegín, subiendo a la derecha. Era el día 5. Días después, me regalaron una pluma estilográfica Johnson Super. Con ella tomaría nota de las explicaciones de fray Juan Zarco sobre el mayor telescopio del mundo, y de la charla que nos dio acerca del sabio Arturo Duperier, fallecido en Madrid, el 10 de febrero, de un ataque cardíaco, y del que decía que era un adelantado en rayos cósmicos. Se cerraba el mes con la reunión de los quintos que, antes de marchar a la mili, pasaron por la iglesia conventual para despedirse de la Virgen de las Maravillas cantándole el himno.
Al día siguiente, 1 de marzo, reflejé en la agenda la pérdida, por 0-3, del equipo de la Juventud Antoniana ceheginera frente al Real Murcia Juvenil. No era la mejor manera de celebrar mis 16 años. Sí, en cambio, las salidas de excursión, ya en primavera, hacia Rompealbardas,  la Fuente de la Tinaja, la Fuente el Sapo, la Jabalina... Esos días de asueto nos permitían descansar del duro estudio y del no más blando ensayo con que preparamos los conciertos y obras de teatro. Recuerdo que cantamos, el 3 de mayo, en Caravaca, la Misa a 3 voces, de Goicoechea. Y el Adiós al recluta, a 4 voces, con motivo del día del Colegio Seráfico, que se grabó en magnetofón y que alguien guardará por ahí como bella reliquia de lo que era capaz de hacer la Escolanía.
Acabado el curso, este era el año de mi partida a Jumilla, a Santa Ana del Monte. También yo hube de despedirme de la Virgen de las Maravillas, de mi familia y de mi pueblo natal. Conservo en mi casa, enmarcada, la foto que me hicieron, vestido de franciscano, cuando iniciaba allí el año de Noviciado. Y recuerdo que, en aquellas paredes vetustas del monasterio, podía leerse en octavas:
        Serás perfecto novicio
de este santo Noviciado,
viviendo en él no viciado
y siendo en todo no vicio.
Lo que intenté humildemente.
Algún día les hablaré de este extraordinario cenobio, a sabiendas de que les encantará y  ayudará a su espíritu y a su cultura. 

Alfonso Gil González

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