Miedo y terror
Desde Caín a nuestros días, terror y miedo son la cara y cruz de una moneda que, aunque falsa siempre, con ella trafican los envilecidos hombres, si es que así se les puede llamar, que en el mundo han sido. A causa del terror, principio activo, se produce la inquietud y angustia que supone el miedo, principio generalmente pasivo. No obstante, en una de las acepciones, el diccionario los considera sinónimos, y también, aun sin tanta acepción, son sinónimos en los individuos que los encarnan. El terror lleva al miedo, y el miedo lleva al terror.
Enumerar las personas terroristas, los actos terroristas, las ideas terroristas, los pueblos y sociedades terroristas, nos llevaría muy lejos. Tendríamos que enumerar igualmente a los que han soportado el terror, llámense sociedades, pueblos, ideas, hechos o personas. No es posible abordarlo en estas líneas. Además, ¿para qué hacer memoria? ¿Para qué remover la porquería humana, que no otra cosa es el terrorismo? El terrorismo está ahí, en todas sus facetas, en todas sus dimensiones, en todos sus alcances y, sobre todo, en todos sus desastres.
¡Son tantos los disfraces del terror! Todos ellos enmascaran el recurso cobarde de los cobardes, de los acomplejados, de los fanáticos, de los pusilánimes, de los torpes. Sí, de los torpes. El terrorismo es un fracaso en sí mismo. ¿O es que hay algún motivo para el terror?
Algunos piensan que sí. Herodes pensó que sí. Exagerada o no, esta perícopa del evangelio de Mateo es tan real como la vida misma, o como la muerte misma. Herodes, su actitud, debe hacernos reflexionar sobre todas las muertes de inocentes, incluida la de nuestra verdadera identidad, tantas veces muerta por causa de los herodes que nos fabricamos engañosamente.
Nuestro verdadero ser es la inocencia. Así salimos de las manos de nuestro Padre. Herodes, por tanto, no es más que el símbolo de nuestra estupidez, como lo fue Caín, quien se mató a sí mismo antes que a su hermano, como todo asesino. El profeta Jeremías, como todos los profetas, hace un aviso divino de una situación lamentablemente humana. A su vez, la muerte de los inocentes vaticina la irremediable muerte, no importa cuándo, del Inocente por antonomasia.
No sabemos si José y María se hicieron estas reflexiones, pero todos los creyentes, todos cuantos se fían del amor de Dios, por eso precisamente se fían y son creyentes, colocan su destino y el destino de su Inocencia en las manos victoriosas de Aquel que vence a la muerte misma. Lo cual no nos libera del dolor y del miedo de los terrorismos herodianos y de sus compinches. A Dios gracias.
Alfonso Gil González