Misas de Réquiem
No hace tanto tiempo que, al llegar la conmemoración litúrgica de los Fieles Difuntos, los sacerdotes celebraban tres misas cada uno, y seguidas. Se aprovechaban el altar mayor y, en las iglesias conventuales, los altares adosados en las pequeñas capillas laterales. El templo permanecía abierto todo el día. Los feligreses tenían la oportunidad de acercarse al mismo para elevar súplicas y misereres en favor de sus allegados fenecidos. El color negro de los ornamentos sagrados era nota dominante en la armonía de piedad, recogimiento y llanto que caracterizaba la segunda jornada de noviembre, el mes de las ánimas.
Desde la época del clasicismo, las Misas de Réquiem, amén de las gregorianas, suscitaron obras maestras y sublimes en los más geniales compositores. Daría igual que fueran interpretadas en recintos sagrados o profanos, porque la unción que de ellas se desprende nos colocan a las puertas del Paraíso, por donde vemos entrar gloriosas las almas de los nuestros. En realidad, son pentagramas que, a modo de escaleras, nos hacen repetir el sueño de Jacob, con ángeles alados flanqueando nuestra ascensión espiritual en arpegios de esperanza.
La primera vez que escuché, y luego interpreté, el Réquiem de Mozart, fue en Teruel. Teníamos la edad suficiente para atrevernos a cantarlo sin voces femeninas. Viene, después, el Réquiem de Brahms. Réquiem alemán un tanto heterodoxo con respecto a los otros conocidos. Recuerdo que lo escuché en Baza, mientras un compañero se me moría en accidente de tráfico viniendo de Madrid. El Réquiem de Verdi me impresionó hondamente visitando una familia alicantina. Lo estaban poniendo por le tele. Hasta su conclusión, no continuamos la conversación iniciada. El Réquiem de Berlioz nos estremeció en el Auditorio Nacional de Madrid, por entonces recién inaugurado. Mi amigo Antonio y yo sentíamos el temblor de las tumbas que se abrían a la fanfarria de las trompetas celestes.
Por último, el Réquiem de Faurè lo contemplo con frecuencia en propia casa. No logro mantener los ojos secos. Imposible. Cuando las voces blancas entonan Al Paraíso te lleven los ángeles, uno agradece a Dios estar tan a sus puertas cada día.
Alfonso Gil González