Desde mi celda doméstica
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lunes, 11 de mayo de 2015

MORIR EN CLAUSURA


Morir en  Clausura


La pasada semana asistía, en compañía de mi esposa, a la Misa “corpore insepulto” y sepelio de quien fuera, durante mucho tiempo, abadesa de las clarisas de Hellín. Sírvanle estas líneas de homenaje fervoroso. Presidía el señor obispo y tenía a su alrededor doce presbíteros. El prelado era el único que vestía ad hoc, de morado; los concelebrantes, de blanco níveo. La difunta yacía sobre el túmulo de cara hacia sus monjitas franciscanas. Éstas, con el corazón oprimido y esperanzado, cantaban las alabanzas al Señor con la certeza de quien está en la antesala del cielo.
Y es que sor María Jesús había sido para ellas el alma mater de la comunidad. Los de mi generación, que la conocimos recién profesa en el vetusto y ruinoso monasterio, no podíamos creer que aquella beldad de mujer, aquella heroína de batallas evangélicas, estuviera ese día tan deshecha y ajada por su última lucha con el enemigo alzhéimico, ya en su nuevo monasterio, construido a base de desvelos, viajes y limosnas, y, hoy, oasis de paz, de oración y de acogida, no sólo para quienes nos sentimos su familia, sino para toda alma con sed de eternidad.
Morir en esa clausura ha sido para ella el bello colofón de haber vivido rodeada de verdaderas Hermanas. Al verla cerrar sus ojos a este mundo, una de ellas exclamó: “Quiero morir aquí, siendo clarisa”. Pero, como dijo el obispo Ciriaco en su homilía, morir así es el fruto de haber vivido para el Amor imperecedero. Reducida a la máxima pobreza, cual es la no conciencia de la propia identidad, esta abadesa warkiriana se presentó a las bodas celestes de la única forma posible: amorosamente.

Alfonso Gil González

Nota.: Dejo a la consideración del lector@ la explicación de por qué voltearon solas las campanas del monasterio, sin que nadie absolutamente las manipulara, siendo testigos cuantos allí estábamos.  

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