Moros y Cristianos
No vayan a pensar ustedes que las celebraciones levantinas de “moros y cristianos” es puro folklore español. Nada de eso. Por nosotros corre sangre moruna desde aquel 711 en que al lugarteniente de Mussa se le ocurrió cruzar el estrecho que de África nos divide. Fue tan arriba la invasión árabe, que algún malpensado nos achacaba que el continente negro empezaba en los Pirineos. Y es que llegaron hasta allí. Bueno, hasta allí y hasta Covadonga. Pareciera que los cristianos españoles se hubieran refugiado en la Cueva de la Santiña.
Si se paran a pensarlo, lo de los árabes en España es como el flujo y reflujo del mar. Por un momento, pensamos que las olas moriscas nos ahogarían. Se detuvieron en las rocas astures. Y, poco a poco, durante ochocientos años, la esencia hispana fue regresando las aguas a su cauce. Lógicamente, ocho siglos dan para mucho. Y, por qué no decirlo, en mucho también nos beneficiamos. La agricultura, la arquitectura, la medicina, la filosofía, la poesía, la religiosidad… Y el gran acierto de convivir tres culturas: judíos, moros y cristianos.
La historia también guarda sus misterios. Y de la historia hay que aprender, pues es maestra de la vida. La política echó a perder aquella avalancha que se cernía sobre los cándidos españoles. Vinieron como emires, se hicieron califas, derivaron en taifas, y desaparecieron. Desde Pelayo a Isabel de Castilla, pasando por Alfonso el Batallador, la reconquista corría a la par de encuentros y desencuentros, de amores e incomprensión, de esperanzas y fracasos de dos formas de entender la vida que no se pusieron de acuerdo. Nos quedan, eso sí, esas fiestas de nuestros pueblos levantinos en que “moros y cristianos” perpetúan un irrealizable sueño, como todos los que no se roncan.