Desde mi celda doméstica
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lunes, 11 de mayo de 2015

MUERTE EN CALAÑAS


Muerte en Calañas


Cuando el Coro de Cehegín visitó Calañas para dar un concierto en su sobria y esbelta Parroquia, nos salió al encuentro un hombre que, sabedor de nuestro lugar de origen, preguntaba por un tal “calañés”, firma, como todos saben, de un taurino ceheginero con quien compartía afición y periodismo. Digo “compartía”, porque el citado señor onubense acaba de fallecer, y ha sido su propia hija quien nos ha comunicado tan luctuosa noticia. Sírvanle estas líneas de pequeño homenaje a un hombre tan entusiasmado de lo nuestro.
Manuel, así se llamaba, compartió y departió con nosotros aquellos momentos tan significativos, tan plenos, tan fraternales, como los vividos con aquellas nobles gentes de Calañas, cuyo solo recuerdo aún nos anuda la garganta. Nuestro “calañés” y él no llegaron a conocerse, sino a través de referencias, de escritos, de ilusiones compartidas. Pero daba igual. Conocidos de toda la vida. Así era Manuel, el hombre bueno, regordete y simpático, que nos encarecía saludáramos a Felipe de Paco.
Nada más nacer iniciamos nuestra muerte. A ello nos ayuda hasta el oxígeno que respiramos. Pero hay muertes, como la de Manuel, que no deben pasar desapercibidas. Nos obliga la gratitud hacia su persona, nos compele el cariño que siempre profesaremos hacia su pueblo, volcado en inefable afecto hacia nosotros, desde el momento justo de nuestra llegada hasta el preciso momento de nuestra partida, cuando uno de sus munícipes, con evidente emoción que traslucían sus ojos, subió al autobús para darnos una despedida sólo propia de un auténtico caballero andaluz.
Tú no verás, Manuel, nuestras lágrimas, pues al Cielo le es vedada  la tristeza. A ti han de llegar tan sólo preces, súplicas del alma que portan espiritual ayuda, para que, cuando volvamos a encontrarnos, nos salgas a recibir, como en Calañas, con la sonrisa en tu rostro y la cordialidad en tus manos estrechadas, preludio de ininterrumpido abrazo.

Alfonso Gil González

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