Poetas del ayer
Cehegín, como los demás pueblos, está plagado de poetas. Casi todos ellos ancianos venerables que, como mi amigo Salvador Sánchez García, ocupan sus largas horas de ocio en poner por escrito sus visiones del mundo circundante. Poetas natos que, sin apenas saber escribir, miran la belleza de la vida cotidiana con cándida añoranza. ¡Hermosa ancianidad la de los viejos poetas!
Salvador me deja un poema en el que canta al río Argos –Río Argos que abrazabas Cehegín/cual muralla líquida de plata/que a la luz de la luna brillabas/sin pensar que se acercaba tu fin-, los juegos infantiles –Juegos inocentes y sencillos/de aquellos tiempos ya lejanos/cuando, cogidos de las manos/jugábamos al corro los chiquillos-, y a la Virgen de las Maravillas –Madre de los cehegineros/rosa mística del cielo/abre el firmamento azul/y muéstranos el sendero/que nos lleve hasta Jesús.
Este poeta octogenario ama la cultura. Asiste a conciertos, a teatros, a veladas, a festivales. No gusta sentarse en la plaza a ver a las mozas pasar. Está en la edad, por tantos desaprovechada, de sacar de sus tesoros espirituales lo que bien pudiera hacerle a las generaciones que le continuarán. Y contempla sobre el albo papel de sus cuartillas el atractivo paisaje de su Cehegín de antaño, del pueblo que se nos hace eternamente joven en la misma medida que nosotros corremos a la meta de nuestra caducidad. Los poetas del ayer, como este Salvador Sánchez García, nos hacen vislumbrar el eterno amanecer de lo imperecedero.