Precursores con Juan
La sincronización que llevamos de los cuatro evangelistas nos obliga a volver a Juan. De su nacimiento hablamos antes que el de su primo Jesús, y de su mayoría de edad hay que hablar antes que de la de Jesús. Lucas, el catequista que nos dejó a Cristo sumiso a sus padres, en Nazaret, escribe de Juan que “crecía y era fortalecido por el Espíritu, y vivía en el desierto hasta el día en que se manifestó a Israel” (1, 80).
Dice el biblista jesuita, Juan Leal, que, como crecía en el cuerpo, así se fortalecía en el espíritu. No cabe presentarse al mundo sino cual hombre probado y fortalecido. En esto, los dos primos son un paralelo, si bien ya veis que en marcos muy diferentes. Hay quien sostiene que Juan fue educado con los esenios, aquellos monjes eremitas de los que cuenta Flavio Josefo que tomaban niños para educarlos. De hecho, el propio Flavio vivió entre ellos tres años. Pero el influjo de estos monjes judíos en Juan no se ha probado plenamente. El esfuerzo de éste por exhortar a la conversión a los pecadores sin excepción, incluido el propio Herodes, marca una enorme diferencia con aquellos.
Yo creo que Juan, de cuya juventud apenas sabemos un versículo, es el prototipo de los anunciadores de la Palabra, es decir, de aquellos que debiéramos prepararnos antes de ser vehículo vocero de Dios. Cómo se nota que los detalles, tan importantes para los curiosos, no tienen trascendencia para Lucas. Dónde te preparas y cómo, tú verás, futuro sacerdote, futuro misionero, futuro catequista,,, Pero la esencia de tu preparación está en tres verbos: CRECER, FORTALECERTE, MANIFESTARTE.
Muchas veces pienso que el cristianismo es la religión de lo escueto, de lo simple, es decir, de la libertad. El seminario puede estar entre los leprosos de Molokai, entre los pobres de Calcuta, o entre los oropeles de una Universidad. Después de todo, el título válido y valedero de final de carrera sólo viene si se ha crecido corporalmente, si se ha fortalecido espiritualmente y si se ha vivido en el desierto de lo no Dios. Como Juan, como Jesús, como todos los profetas que en el mundo han sido.
Tenemos, pues, que recorrer con Juan su peripecia humana y creyente. Ser bisagra del Antiguo y del Nuevo Testamento. Ello nos permitirá adentrarnos en el misterio insondable del Cristo. No vaya a suceder que demos a comer lo que no saboreamos ni hemos digerido.
Alfonso Gil González