SEGUNDA ESTACIÓN
Y carga mi Jesús la cruz pesada
de todas mis mentiras y pecados,
y veo que sus pies están dañados
y, de golpes, su cara profanada.
Sus ovejas, por miedo, en la majada;
va buscando corderos extraviados,
que hoy gritan cual lobos alocados,
al paso del Pastor sin su manada.
Ahí va el Cordero Inmaculado,
borrando los pecados mundanales
con sangre que le sale a borbotones.
Con corazón aún empecatado:
Abre, Dios, para mí tus ventanales.
Bendíceme con todos tus perdones.
Alfonso Gil González