Sinfonía trágica
Era el año 1977. Estamos en el mismo recinto teatral de los Conciertos de Año Nuevo. Viena. Bernstein presenta un aspecto inusual, se ha dejado crecer una discreta barba de pelo cano, como el de su cabeza. Tiene ante sí a la Filarmónica de Viena, esa orquesta que, por entonces y hasta hace muy poco, no aceptaba mujeres en su agrupación musical. Machismo casi repelente. Todo se le perdonaba en razón de la calidad virtuosística, que no virtuosa, de sus componentes. Ya se sabe, Viena es la capital de la música desde que Mozart allí viviera y muriera.
Esta vez, el concierto es mahleriano. Se interpreta la Sinfonía n. 6 en La menor. Algunos dicen que es su sinfonía trágica, pues no tiene el final triunfante y gozoso de las otras. Ni siquiera la dota con la voz humana, como suele ser habitual en este compositor. No es una sinfonía para el gran público, es compleja aún para los entendidos. Eso sí, es bella como su esposa, Alma Schindler, con quien acaba de casarse. Precisamente, su primer vástago, que le llena de felicidad, nace durante esta composición dramática. De ahí el desconcierto entre los críticos sobre esta monumental obra, que excede de sonido metálico y de batería, y que es coetánea de sus Canciones para los niños muertos. ¿Qué le vino a la cabeza a este hombre en la primera década del siglo XX?
El director tiene delante la partitura, que apenas mira. Ya entonces era proverbial su memoria visual, y pasa las páginas con total desenfado. Está sólo pendiente del desarrollo intrincado de esta genial partitura de Gustav Mahler. En medio de la tragedia sonora discurre el canto al amor, sin palabras. Nadie, escuchándola por primera vez, puede sospechar su conclusión casi apocalíptica. Pero así es Mahler, el hombre que, tras su muerte, consigue colectivos melómanos sin más fin que la mutua generosidad y solidaridad. A Bernstein, que suda como un pollo, se le ve feliz. Él es parte esencial en esta interpretación que, si te atreves a escuchar, te hará partícipe de un mundo tan enigmático como maravilloso.
Alfonso Gil González