CAMINO DE PERFECCIÓN
Cuando yo estudiaba teología espiritual hube de leer diversos tratados al respecto. La literatura mística o espiritual es muy abundante, dentro y fuera del Cristianismo. Durante siglos, cientos de maestros han escrito, han hablado, han aconsejado sobre cómo el ser humano podría CAMINAR HACIA LA PERFECCIÓN. Desde las culturas religiosas más antiguas, pasando luego por la judeo-cristiano-islámica, hasta el último escrito del papa Francisco, todos esos maestros espirituales coinciden en lo esencial, y lo esencial viene a decir esto:
El espíritu humano está enfermo a causa, por un lado, de falta de sustancia, y, por otro, de exceso de sentimentalismo. Es decir, hay una generalización de la vida superficial, que se acomoda perfectamente a la búsqueda de uno mismo, y ello es el resumen de todos los vicios y la causa de todas las faltas.
¿Cómo llega el hombre a esta situación de superficialidad vital? Pues por un doble derrotero: siendo ignorante de su verdadero ser, de su profunda existencia, y viviendo siempre en la superficie de sí mismo y de lo que le rodea. No se da cuenta de que lo exterior es el aspecto menos importante. Por tanto, desde el momento en que eso tiene importancia para él, todo se marchita y se hace mezquino. Su horizonte espiritual se achica y se hace esclavo de pequeñeces que le impiden expansionarse.
Esto provoca su división interior y su debilitamiento, e inútilmente intenta construir el edificio de su vida, cuando el sentimentalismo, el decaimiento, la incoherencia, la división y la debilidad minan sus cimientos. Recuperarse de ello supone que su crecimiento personal se apoye en la fe y en la razón al mismo tiempo tiempo. Es decir, por su estructura psicosomática, el hombre precisa que su perfección tenga el doble fundamento de la teología y de la racionalidad. De ahí que siempre se haya dicho que, para llegar a santo, bastara con conducirse según la recta razón, con la ayuda de Dios.
Lo cierto y verdad es que si la razón se ve suplantada por el sentimentalismo, tanto la naturaleza humana como la fe se ven quebrantadas.
Alfonso Gil González