DUODÉCIMA ESTACIÓN
Duodécima estación: Jesús ha muerto.
Así lo justifica la lanzada
del viejo militar: encrucijada
de las almas que huyeron en el huerto.
Ahora, pues, Señor, tu cuerpo yerto
faro es de luz para la mirada
de tantos navegantes que, cansada,
su vida la conducen a tu puerto.
Déjame, mi Dios, que a ti me llegue
con la misma esperanza que tuviste
al dejarte en las manos paternales.
Y haz que no me canse de que ruegue
-el consejo siguiendo que nos diste-
de vivir en abrazos fraternales.
Alfonso Gil González