El ciego de Jericó
Este milagro lo narran los evangelistas sinópticos. El ciego estaba sentado junto al camino, pidiendo limosna. Como oyera jaleo de multitud, preguntó qué pasaba. Y le informaron de que Jesús de Nazaret caminaba hacia Jericó. De modo que, ni corto ni perezoso, empezó a gritar: “Jesús, hijo de David, ten compasión de mí”. La gente le decía que se callara, que no gritara tanto, pero él vociferaba aún más. Jesús se paró y mandó que lo acercaran adonde él estaba. “¿Qué quieres que te haga?”- “Señor, que vea”- “Pues ve, que tu fe te salvó”. Y, al instante, vio y lo seguía dando gloria a Dios. Y lo mismo hacía el gentío que tal cosa había visto.
Quizá sería un buen ejercicio que nos pusiéramos en lugar del ciego, o de la gente. Pero aún sería mejor que nos pusiéramos en el papel de Jesús. ¿O es que no hay más ciegos en el mundo?
Alfonso Gil González