Capítulo XXIII
La economía familiar
Sí, ese es el primer y más constante dato de este 1980. Controlé el gasto familiar al milímetro. Cada día anotaba el dinero que sale de casa, y lo voy sumando con el del día siguiente. Al final de mes, se sabía exactamente cuál es la situación económica de la familia. Al acabar el año, sabré que abril fue el mes más barato: 35.549 pesetas, y que el más caro fue julio: 116.384 pesetas. Total gasto de este año fue de 667.883 pesetas. Esto quiere decir, comparado con cualquier otra economía de tipo medio, que en mi casa llevábamos una vida de auténtica pobreza franciscana. Comento, el 3 de enero: “Es curioso las cosas que pueden llevarse a cabo, con fidelidad a un plan como el que llevamos ahora”. Y es que ésta es una de mis cualidades: el orden. El orden me permite controlar y anotar, Por ello, sabemos que el litro de gasolina Super valía 54 pesetas; que nuestro hijo pesaba 11 kilos, o que una amiga, por ejemplo, nos había entregado 1.500 pesetas.
Como sigo con lo de mi DNI, el 9 de enero soy llamado por el vicario general de la diócesis. Cualquiera se hubiera desalentado, porque la respuesta fue: “No puede renovar el carnet haciendo constar tu condición de sacerdote casado”. Pero no me rendí. “No se es más cura por eso”, me dijo el vicario. A lo que contesté: “Tampoco es más cura por ocupar el cargo de vicario general”.
Invitado a escribir en la revista de la asociación de madereros, escribí un artículo interesante sobre “el árbol en la Biblia”. El 24 de enero del 80, escribo, basándome en el pensamiento de san Juan: “Dios es luz. Caminar en la luz es estar en la verdad. Estar en la verdad es vivir el mandamiento del amor sin adulterarlo con la mente del mundo”. A raíz de una carta de mi hermano, que recibí el 30 de enero, escribo: “El Señor espera algo de nosotros, que aún no hemos descubierto en su totalidad”.
El 2 de febrero lo pasé en el Seminario Diocesano de Madrid, en una jornada de reflexión sobre la pastoral juvenil. Aquejado del estómago, voy al médico, que no le da importancia, me pone a dieta y me receta pastillas de Fremet y cápsulas de Dogmatil-50. Aunque obediente al doctor, diré el día 6 de febrero: “¡Qué atrevimiento recetar y diagnosticar sin haber examinado el caso!”. El 18 me daría la razón sobre este comentario. Efectivamente, la apendicitis aguda, seguramente provocada por una medicación inadecuada, hizo tuviera que ser urgentemente ingresado e intervenido en el “Ramón y Cajal” de Madrid, de cuyo vientre me sacaron pus en grandísima cantidad. Todo quedó en un susto de muerte, pues, a la semana justa, ya estaba de nuevo en casa, completamente bien. En el citado hospital ocupé dos habitaciones, la 338 y la 1134. Allí fuí visitado por muchísima gente de la Parroquia. Dado que, en realidad, tuve peritonitis, la operación fue a vida o muerte. Cada seis horas me aplicaban antibióticos para atajarme cualquier posible infección.
La semana del 2 al 9 de marzo la dedicaré a pasear poco a poco. Y voy a tener más tiempo para leer, escribir y escuchar música clásica. Al tener un sentido providencialista de la vida, me pregunto qué querrá Dios con todo esto. Algunas fechas, por ejemplo, las cito anualmente como hitos levantados en mi existencia, que no quiero ni puedo olvidar: el día de mi Primera Comunión, el de mi ingreso en el Colegio Seráfico, el de mi Ordenación sacerdotal, etc…
Abril de 1980 comienza en plena Semana Santa. Pediré vivirla con plenitud de sentido. Como ya será costumbre cada año, vamos a ir a Cehegín. De vuelta a Madrid, en el Círculo Mercantil, sito en Gran Vía 24, voy a ir a escuchar a mi amigo Andrés Molina Moles, en una conferencia recital sobre “Sevilla se mira al espejo”, que fue muy aplaudida. El 16, mantengo una conversación teológica en la Parroquia de Caldeiro. Hablamos sobre la resurrección. La tesis mía era que “la resurrección no exige que salgan los huesos del sepulcro”. La materia es otra cosa. El 19, concluyo la lectura del libro de Hans Küng “20 tesis sobre ser cristiano”. Y, el 22, una nota triste: “Nos reúne en la santa misa una niña de seis años, muerta de cáncer”, escribo. Al día siguiente, anoto en mi “diario” que “se impone un tratado nuevo sobre Iglesia, Culto, Sacramentos, etc…¡Vamos de cabeza!”. Cuando, el domingo 27, escucho la homilía de la misa, escribo en mi agenda: “Deplorable, sólo justificada hace cincuenta años”. A veces, se me hacen preguntas capciosas sobre la resurrección, pero no voy a contestar si no veo claridad entre reanimación y resurrección. Y algunas veces lamento que haya más papistas que el propio papa.
Al dar comienzo el mes de mayo del 80, suspiro: “¡Si aprendiéramos, en este mes de la Virgen, su fe y su sencillez amorosa!”. Mayo no tiene especial relieve, pero recibimos la visita de mi hermano, y vuelven, una vez más, las monjas Clarisas.
En junio, como presidente de la comunidad de vecinos, voy a estar atento a resolver cuanto, en ese sentido, de mí dependa. En la Parroquia se va a producir un cambio. El párroco será trasladado, y algunos parroquianos harán presión para que eso no suceda. No me opondré, pues soy consciente de que la Parroquia no es solamente el párroco, y el candidato a ese puesto puede hacerlo muy bien, como posteriormente se demostró. A nivel familiar, echo de menos una vida de más oración, convencido de que “la escucha de la Palabra de Dios es la única luz posible en medio de tanta oscuridad mundana”.
El 27 de junio, se confirmaron los jóvenes del grupo que llevaba cada viernes: unos treinta. El vicario episcopal aprovechó la ocasión para decirme que estaba interesado en que fuera el profesor de religión de algún instituto. Él mismo hablaría con el delegado diocesano de enseñanza para que pudiera dar clases en el próximo curso.
(Mi madre, que pensaba visitarnos pronto, nos llamó para decir que, a causa de las bombas que ETA ponía en tantos lugares de España, le daba miedo ir a Madrid.)
Hacia un cambio laboral
El 2 de julio del 80, invitamos y hospedamos a mi antiguo segundo rector del Colegio Seráfico, que debía pasar un mes en Madrid preparándose a unas oposiciones de latín y griego. Leo el libro “Pustinia” sobre espiritualidad ruso-cristiana. En este mes se van dando los pasos para que, dejado mi trabajo de oficina, pueda dedicarme a la enseñanza religiosa, pasado el verano. El 21, sigo por televisión la entrevista realizada a la famosa “Madre Teresa de Calcuta” –hoy Santa-, premio nobel de la paz. Su último consejo fue el de que oráramos. El 22, se presenta en casa una novicia de las franciscanas misioneras de María, de Arganda, para que le dejara algunas diapositivas de las que yo solía hacer, precisamente, para ayuda visual de charlas, coloquios, etc…
A finales de julio, reanudo mis estudios de inglés, pinto de blanco las rejas de casa y visiono la película que se le hizo a nuestro hijo mayor en su bautismo. Pero el 4 de agosto es la fiesta del santo Cura de Ars, y yo, que le tengo gran devoción, lo celebro por todo lo alto, como suelo hacer cada año. Agosto es el mes de las vacaciones. Anoto en mi “diario” que, yendo de Caravaca a Cehegín, presenciamos el choque de un motorista contra un coche. Lo atendí y ayudé a que lo ingresaran en el hospital comarcal. Ese mismo día, añado: “Supongo que la gente de Cehegín se hará lenguas –y Dios sabe si malas- de nuestra vida: ¡Eso de ser sacerdote casado!”
Desde Cehegín, nos acercamos a las Clarisas de Hellín y a los franciscanos. Vamos a Ricote para visitar a las dominicas siervas del cenáculo, deteniéndonos, a la vuelta, en el Cristo del Carrascalejo de Bullas. Iremos, el 22, a Cartagena con mi madre, para ver el lugar, la casa donde viví de pequeño. Pero estas vacaciones van a servir igualmente para dar clases de lengua a mi sobrino y para leer “El desierto en la ciudad”, de Carlos Carretto, y para recibir visitas de antiguos compañeros del convento.
De nuevo en Madrid, el 7 de septiembre, tras preparar con el párroco y los jóvenes el nuevo curso de catequesis, me meto en la tarea de esquematizar una introducción a la Biblia. Y añado: “Yo creo, Señor, que sería interesante que diera clases este año, pero sólo Tú puedes conseguirlo”. Efectivamente, el 22, encontré trabajo como profesor de religión. Pero no sabía si aceptar, hasta ver con más claridad la situación. Escribo: “Si es para tu gloria, dame esa luz mañana”. Curiosamente, el 24, mi empresa de maderas me permite trabajar sólo de mañanas, si decido dar clases por la tarde. Para el 27, aún no sabré a qué atenerme laboralmente. Al acabar septiembre, lo tendré claro: daré clases en el Colegio “La Sabiduría”.
Estas clases, por la tarde, me obligan, a partir de octubre del 80, a dar un fuerte repaso a la filosofía y a la teología. Y me van a salir nuevas ofertas para dar clases de religión en otros centros educativos. El 23 de octubre, se produjo una explosión de gas en un colegio vizcaíno, muriendo en el acto más de sesenta niños. Con tan triste motivo, se suspendieron las clases del día siguiente en toda España. El 26, con ocasión de mi intervención en la asamblea catequética del Colegio Montpellier, el vicario episcopal me invitó a que me sacara la licenciatura teológica, cosa que haré más tarde, como veremos. El 31, recibo mi primera paga como profesor: 22.498 pesetas. Es el final feliz de un mes en el que mi vida va girando poco a poco hacia lo que sueño. Un mes en el que pongo a prueba mi capacidad de trabajo, compaginando el de la oficina, el de mis tareas parroquiales y el de las clases.
Noviembre, laboralmente, es muy parecido a octubre. Abrigo la idea de ir grabando en cinta de cassette pequeñas charlas de tipo bíblico y de teología eclesial, lo que haré a partir del 16. El 18, ya había grabado tres cintas de sesenta minutos sobre los primeros capítulos del Génesis.
Al empezar diciembre del 80, inicio la lectura del libro de Javier Pikaza “La Biblia y la teología de la historia”, que es un estudio sobre las promesas de Dios. Aunque estoy viendo la forma de dejar el trabajo de la mañana en la oficina, no me voy a decidir hasta no hallar el que deseo. Tras pasar la Nochebuena en Cehegín, regresamos a Madrid, y en casa voy a aprovechar los últimos días de 1980 para atender la correspondencia navideña.
Como suelo hacer al final de cada año, pondré en manos de Dios el próximo, aceptando de antemano lo que Él quiera disponer.
Para alabanza de Cristo. Amén.