Agua en el desierto
… y la roca era Cristo.
Según el libro del Éxodo, capítulo 17, cuando los israelitas iban por el desierto, camino de la tierra prometida, sintieron la sed propia de quien, como en esas circunstancias, ve que la vida es una especie de desierto incapaz de darnos lo que anhela profundamente nuestra alma.
Y Moisés golpeó la roca, y de aquella piedra salió el agua vivificadora que el pueblo sediento anhelaba. San Pablo nos dirá que la “roca” en cuestión era Cristo, de donde brota el agua saciadora de la eterna vida. Un Cristo preexistente, actuando ya en la historia de Israel. Porque todo aquello sucedió como en figura y fue escrito para aviso de los que hemos llegado a la plenitud de los tiempos (1 Corintios 10).
Alfonso Gil González