Desde mi celda doméstica
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martes, 9 de junio de 2015

FLORECILLAS ALFONSINAS Capítulo Decimosexto)


Capítulo XVI



Soltando amarras

El año 1976 lo inicié en mi “diario” con un escrito,                                         que titulo “Prohibido prohibir”.  Ese escrito refleja mi pensamiento del momento, mis inquietudes, mis esperanzas, mis sentimientos, mis entenderes, las cosas que no concibo, lo que me causa risa y lo que me hace llorar. No puedo trascribir ese texto                                  El “diario” de 1976 lo escribo  en una agenda. Espero que L                         dé el paso que le pida el Señor.        Sigo confiando y pidiendo que se haga religiosa. Pero, una vez más, quedará patente que “los caminos de Dios no son nuestros caminos”. De momento, mi padre estoy en Almansa. El 2 de enero me marcho a Madrid con un religioso estudiante, hasta la citada residencia Alvernia, donde me hospedaré un par de días. Ese mismo día 2 había estado en Lorca con el equipo de formación, y en Elche, donde recogí el Seat 124 que usaría en este viaje.
La estancia en Madrid la iba a aprovechar para hablar con mi futura y conocer mejor el ambiente familiar. Visité su casa. Comí con ella y con su madre viuda. Una casa pequeña y humilde. Después llevé a L al noviciado de las franciscanas misioneras de María, en La Poveda, y al Cristo de El Pardo. Era una excusa para tener tiempo de hablar con ella. Yo, erre que erre, creía que un obstáculo a la entrega a Dios de mi futura esposa era el respeto humano. Para eso la vida tiene que estar apoyada verdaderamente en el Señor. Las franciscanas me regalaron, para sus eucaristías, el libro “Plegarias de la Comunidad, que aún tengo y uso. 
De Madrid, acompañando a un compañero de curso, viajo hasta Cartagena. Después de treinta años, volví a entrar en la iglesia de la Caridad, de tan grato recuerdo para mí, pues fue allí donde me perdí cuando tenía 3 años de edad, y donde tuve mi primera experiencia religiosa. Me compré el libro de René Voillaume “¿Dónde está vuestra fe?”. De Cartagena a Murcia, a Elche, a Molina, a Almansa, a Cehegín –donde hablé a los 36 seráficos del seminario franciscano-, a Hellín –aquí me regalaron una máquina de fotos que aún anda por casa-, a Alicante y a Orihuela.
Tras hablar con L, escribo: “Señor, dale cuanto necesite. Con tal de no llegar a ofenderte, quita de lo mío si es preciso. Pero que camine alegre y fielmente hacia Ti”. Dos días después: “Dice L que el año lo empezó muy bien y que espera terminarlo mejor. Como Tú sabes a qué se refiere, concédeselo”. En la noche del 18, hablo con una religiosa que, siendo joven del mundo, la encaucé para religiosa en 1967, cuando yo residía en San Francisco el Grande de Madrid. “Que sea un ejemplo y estímulo para esta absurda generación que no vive sino de violencia y sexo”, escribí ese día.
Del 17 al 26 de enero, voy a estar nuevamente en Murcia. Anoto que son tristes estos primeros días del año 76 para España. Las huelgas y paros laborales están a la orden del día. Como me pasara en Almería, mientras celebraba la Misa, hacía ocho años, me vuelve a dar la opresión del pecho, que casi me impedía respirar, y que me va a durar unos tres días. Me acuesto con una cápsula de Nolotil y una taza de leche. Con motivo de mi onomástica, el 23, recibí innumerables llamadas, como cada año, y me visitaron los matrimonios de Elche, regalándome la “Vida de Franco” en diapositivas y tres discos grandes con resúmenes de sus principales discursos. Dos días más tarde, fue un hombre a decirme, después de la Misa: “Alfonso, como sé que san Pablo dice que llevamos grandes tesoros en vasijas de barro, pido a nuestro Señor te mantenga en esas alturas, donde tan difícil es mantener el equilibrio”. ¡Ahí queda eso!
En el resto del mes de enero, iré a Lorca, Huércal Overa, Vélez Blanco, Cehegín, Elche y Alicante, dando retiros, hablando a colegialas y atendiendo a los equipos de matrimonios. Tras hablar telefónicamente con L, escribo: “Ante Ti, Señor, que todo se le eclipse”. Era el último día de enero del 76. En febrero sigo en Murcia. Desde allí escribo: “Todo cuanto he leído y estudiado, cuanto oigo y veo, fuera de Ti, Señor, me suena a vacío”. Del 5 al 7 voy a estar en Moncada (Valencia), en la casa noviciado de las religiosas franciscanas, para dar ejercicios espirituales a alumnas suyas del colegio que tenían en Ibi (Alicante). Las ejercitantes me parecieron muy infantiles para los temas que desarrollé: la fe, la figura de Cristo, el seguimiento a Cristo… De Moncada partiría hacia el noviciado de las franciscanas misioneras de La Poveda-Arganda. Será una ocasión más para hablar con mi futura esposa. 
El 11 vuelvo a Moncada para iniciar otros ejercicios espirituales con otras alumnas del colegio de Ibi.  En estos viajes por la zona levantina, siempre que podía, pasaba a saludar a las carmelitas de Manises. Tanto estos ejercicios como los anteriores los desarrollé basándome en diapositivas sobre los distintos temas tratados. El 14, en el recibidor de las carmelitas de Manises, les compuse un soneto. De Manises pasé a Alicante y Elche. El 16, de nuevo en Murcia, hablo por teléfono con mi madre, que estaba preocupada por mi silencio. Yo escribiría, después, lo mucho que ella influyó en mi infancia para mi entrega a Cristo.
El 24 y 25 estoy, otra vez, en Madrid. Allí he de hablar con varias familias que tienen problemas graves. Me hospedo en el noviciado de las franciscanas. Como y ceno en casa de L, de quien me traigo unos apuntes hasta Murcia. “Son hermosos, Señor. Tú sabes lo que has de hacer con su vida. Que no se te oponga”. Está claro que toda mi preocupación, respecto a la que sería mi esposa, era que ella siguiera la voluntad de Dios. ¿Cómo iba a pensar que sería una voluntad compartida? Febrero lo voy a terminar dando sendos retiros espirituales en el colegio seráfico de Cehegín y en el monasterio de Clarisas de Elche. Cierro el “diario” de ese mes dando gracias a Dios y pidiéndole que, a partir de mis 33 años, que cumpliría al día siguiente, mi vida fuera aún más de ÉL.
El 1 de marzo del 76 me encuentro en La Merced de Murcia, aunque hube de acercarme a Lorca, con un religioso, para una reunión del equipo de pastoral parroquial. El 3 doy un retiro a las Clarisas de Santomera. Ese mismo día, con otros religiosos de la Provincia, asisto en Javalí Nuevo (Murcia) al funeral y entierro de la madre de un sacerdote franciscano, antiguo profesor mío en el colegio seráfico. Como el 3 de marzo era Miércoles de Ceniza, inicié una predicación vespertina que duraría toda la Cuaresma, aunque durante el día, o por la noche, tenga que ir a Elche para atender a los matrimonios. La tarde del día siguiente, 4, la iba a dedicar en confesar a los enfermos del Hospital Provincial de Murcia. El 6 vuelvo a hablar con mi futura esposa. Le pido al Señor que le dé su luz, su fuerza y su gozo, porque no puedo suplantarLe.
De vez en cuando me quejo mi de cómo estaba España. El día 8, aprovechando que, la noche anterior, habían robado en la iglesia y sacristía de La Merced,, añado: “España se ve, estos días, algo perturbada, con triste balance de muertes violentas en Vitoria, Bilbao y Tarragona”. Visito a un amigo de Orihuela, que está hospitalizado en el sanatorio Virgen de la Vega de Murcia. Era el día 10. El 16, soy visitado por un religioso, que me comunica la conveniencia de convocar una reunión que verse sobre la posibilidad de mantener el colegio seráfico como seminario franciscano. Vuelvo a hablar, ese día, con mi futura, y me pregunto si el Señor permitiría que ella no diese un paso definitivo hacia Él o hacia su Iglesia. Es evidente que yo seguía abrigando la idea de que ella entre en un convento o se haga misionera. Por aquel entonces, me costaba entender que la respuesta al Señor no pasara por esa decisión. De hecho, cuando, el 18, vuelvo a Madrid, tras hablar con ella claramente, veo que nada todavía en la indecisión, y pido al Señor que la ilumine. 
Al siguiente día, 19, asisto en el noviciado de La Poveda a la profesión solemne de una de las franciscanas misioneras de María. La capilla estaba repleta de fieles. Concelebraron tres franciscanos de Aravaca. En Madrid estaría hasta el 22 de marzo. Volví a Murcia, dando gracias por la decisión de L, con quien había visitado parte de Castilla la Vieja y la provincia madrileña. Esa excursión sería definitiva, pero ¿en qué sentido? El día 25 me despertó mi madre para decirme que una de sus hijas había dado a luz, en la Cruz Roja, a una niña.  Escribí al día siguiente, el 26: “Estoy convencidísimo de que el mundo sólo tiene una grave enfermedad: la falta de amor”. El día 27 di un retiro espiritual a las religiosas del sanatorio de San Carlos de Murcia. Y, el 28, daría otro a veintiséis chicas en el monasterio de las Clarisas de Elche.




Los últimos cartuchos

El día 1 de abril viajo a Baza (Granada), en cuyo convento franciscano voy a predicar el novenario a la Virgen de la Soledad. Un grupo de jóvenes cantaba en la eucaristía. Lo hacían muy bien. Visité los alrededores de Baza: la fuente de san Juan, las siete fuentes, las cuevas del Ángel… Fue a Zújar, a Caniles, al Olivar de la Virgen. Atendí a las dominicas de Baza y me acerqué a Vélez Blanco. Desde allí, apalabro con la Banda de música de Cehegín el que vaya a la Semana Santa de Baza. Voy a las monjas del Divino Maestro, en cuyo colegio hablo con cincuenta jóvenes sobre varios temas, y ceno con ellas.
El día 10 de abril aparezco en Albacete, donde hice una boda a las 4 de la tarde, en los franciscanos. Pero, ese mismo día, regreso a Murcia. A veces me pregunto cómo podía estar e ir a tantos sitios en un coche de mala muerte. Pero es increíble mi movilidad para hacer tantas cosas en tan poco tiempo. Por ejemplo, el 11, doy un retiro a las Clarisas de Mula. Regreso a Murcia. Voy a Orihuela y a Elche. Y, el 12, ya estoy en Manises, en las carmelitas: Misa, cena y recibo a un grupo de chicas. Para seguir hablando con ese grupo, me voy a quedar en Manises tres días más. De ese grupo surgirá una vocación al Carmelo, que aún perdura. El día 15 estoy en Madrid. Es Jueves Santo, y participo en la parroquia Nuestra Madre del Dolor, de los terciarios capuchinos, concelebrando en la Misa, en la que dirijo los cantos y hago de solista. Por la noche me hospedé en los franciscanos de la calle Joaquín Costa. Al día siguiente, Viernes Santo, participo de los Oficios en la misma iglesia del día anterior. ¡Los caminos del Señor! Con mi futura esposa hago un juramento de renunciar a cuanto no nos lleve a Cristo. Juntos vamos a visitar la basílica del Valle de los Caídos, y, juntos, el Sábado Santo, vamos a asistir a la Vigilia Pascual en la iglesia parroquia de San Manuel y San Benito, en la que vamos a escuchar a una mujer demente decir por el micrófono: “Queda, esta noche, instaurada la monarquía y dinastía de Francisco Franco”. Permanezco en Madrid hasta el día 24 de abril. Necesito hablar con L. Esos días voy a pasar la noche en el colegio de San José, de la calle Moreno Nieto. El día 20 había estado en la residencia de San Cristóbal, entre Majadahona y Pozuelo, en las jornadas de formación sacerdotal y religiosa. Esa tarde, iría a una boda en la parroquia de Nuestra Señora de Guadalupe, de Madrid.
El 24, visito el Cerro de los Angeles, y me roban del coche una máquina de escribir, y, esa noche, descanso en el convento de los terciarios capuchinos, sito en la Avenida de los Toreros, 45. Andando el tiempo, ese lugar sería para nuestra familia centro de vida religiosa e intelectual. El 25, ya estaba en Alicante. El 26, en Elche, y el 27 en Murcia, aunque el mes lo termino en Elche. El 2 de mayo, doy un retiro al grupo de jóvenes de las Clarisas de Elche, y celebro misa y boda en la iglesia de la Asunción de Hellín, regresando a Murcia. El 6 de mayo, a raíz de hablar telefónicamente con L, dije que quien lea mi “diario” no entenderá nunca por qué nombro tanto a mi futura, pues  sigo empeñado en que ingrese en religión.
Releyendo mis escritos, veo que paso muchas noches en Elche, pues termino tardísimo de mis reuniones matrimoniales. Y como, estos días, mi amigo Javaloyes se encuentra enfermo de cáncer de pulmón, me suelo detener en Orihuela para confortarle con mi visita. 
El 15 de mayo, estoy de nuevo en Madrid. Me voy a hospedar en la casa noviciado de las franciscanas misioneras de María. En realidad, lo que me interesa es hablar con L. Y escribo, el 17: “Que estos encuentros, Señor, nos ayuden a preocuparnos más de tu Reino. Que nuestra vida sea una evangelización”. Y sí que lo iba a ser, pero por caminos que no esperaba. Mi futura tenía los pies mucho más en el suelo. El 19, escribo que creo que L desea entregarse al Señor con más fuerza aún. Y añado: “Ayúdala. Madrid es muy grande y puede herirla. El trabajo le quita mucho tiempo. El futuro suyo está en tus manos, Señor”.
El 20 y 21 de mayo voy a pasarlos en el monasterio de carmelitas de Manises. Allí volveré a reunirme con el grupo de jóvenes amigas de la que entraría en el Carmelo. El 22, cuando regreso a Murcia, tengo yo solo un accidente de carretera, por haber tomado una curva demasiado rápido. Pero todo quedó en un susto. El 23, en Murcia, doy un retiro espiritual, en las monjas dominicas, a un grupo de jóvenes.
A estas alturas de mi biografía, el lector se habrá percatado sobradamente del influjo que  ejercía en el mundo femenino. Y la verdad es que, en medio de mi ingenuidad, supo valerme de las mujeres para que redescubrieran el amor de Dios. Ese aspecto nadie me lo discute y, menos, las monjas.

Para alabanza de Cristo. Amén.

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