Capítulo XXVI
Conflictos por doquier
En abril del 82, me reúno con Hijas Palacios y Molina Moles, en casa de éste, para formar un grupo artístico-evangélico que fuera eficaz medio de apostolado entre la juventud. Soñamos.
Es el mes de la Semana Santa y, vivida en Cehegín, mi padre asisto a un recital de piano de Miguel Baró, que interpretaba obras del Padre Soler, Beethoven, Chopin, Mario Medina y Joaquín Turina. Me voy a dedicar, además, a la lectura de pasajes evangélicos que reflejan las enseñanzas habladas de Jesucristo, y asistimos a los Oficios. “Quiero ser siempre sacerdote y apóstol Tuyo”. El sábado santo, escribo así: “El tiempo de las vacaciones se termina, Señor. Y, más o menos, así de breve es todo tiempo. Me gustaría desahogarme contigo esta noche, pero Tú sabes perfectamente qué siento y qué Te diría. Gracias por todo. Quiero serte fiel hasta el fin, a sabiendas de que Tú solo eres el Fiel. GRACIAS. Cuida de quien me diste por madre en este mundo. Que su vejez sea feliz de verdad”. Ya en Madrid, me propone la directora del Colegio “La Sabiduría” que forme una coral y me cuide un poco de la biblioteca. Pero eso no cuajará. Escribo en mi agenda: “A veces, tengo reacciones que a mí mismo me sorprenden. ¡Ayúdame, Señor, a tener tus mismos sentimientos en cada momento del día!”. Mantengo una conversación con un tal Gregorio, después fallecido, y con el párroco Goñi. Los puntos de la misma: infalibilidad, celibato, penitencia, comunidad, sacerdocio… Comentario final del padre Alfonso: “Siempre está el Espíritu contra la letra, y el Evangelio contra la institución”. Al final de abril, resalto en mi agenda dos noticias: mi nombramiento como consejero de Vicaría de la catequesis de adultos, y la “guerra de las Malvinas” entre Inglaterra y Argentina, iniciada el 25 y resuelta rápidamente.
En mayo del 82, resalto la noticia del atentado frustrado contra el Papa Juan Pablo II en Fátima. En la noche del 12 al 13 de mayo, un demente sacerdote español atentó contra la vida del papa, sin resultado.
El conflicto de Las Malvinas puso al mundo en una situación muy peligrosa. “¿Dónde está el límite de la locura humana?, escribo. Y añado: “La guerra entre Irán e Irak, y la de Inglaterra con Argentina, tienen al mundo suspenso entre dos fuegos. Pero ni una hoja se cae sin tu permiso, Señor”. Y hago referencia, además, a los “jaleos sangrientos en el Líbano”.
En el mes de junio, voy a resaltar dos hechos importantes: uno positivo y otro negativo, y un acontecimiento “frívolo”. Es decir, el final del primer curso del bienio de licenciatura en ciencias catequéticas, con Sobresaliente de nota media; mi cese como profesor de religión en el Colegio “La Sabiduría”; y el inicio del Mundial de Fútbol en España. Pero, el 25, será el día “negro”: la directora, antes citada, me comunicará que prescinde de mis servicios para el próximo curso. Había cometido el error de defender públicamente, por Televisión, la conveniencia de que matrimonio y sacerdocio caminaran juntos. De modo que vuelvo a hablar con el vicario episcopal, que me sigue apoyando, y con el delegado de enseñanza que, años después, será obispo auxiliar de Madrid. Y reflejo en mi “diario”: “Pero lo cierto, Señor, es que nuevamente estoy aquí, casi sin nada, queriendo apoyarme en la seguridad de tu fidelidad”. El delegado de enseñanza, que se hará muy amigo mío, me da, el 30, el nombramiento oficial para el “María Hita”.
En julio, de indemnización y finiquito, cobro del “Sabiduría” ciento treinta y tres mil pesetas. Aprovecho el verano para hacer limpieza en casa y –oh error- destruyo la correspondencia acumulada durante veinte años. ¿Por qué? Porque yo mismo escribo en mi agenda: “Que nadie de cuantos me escribieron se aparte de Ti por mi causa”. La casa quedará como nueva para cuando nazca Clara.
Estas vacaciones, desde Cehegín, viajaremos a Huéscar (Granada) para visitar a sor Carmen Rubio, y, de regreso, nos detendremos en la Puebla de Don Fadrique y en Caravaca de la Cruz. El calor de estos días julianos resulta sofocante. Y julio lo cerraré con estas palabras: “Ya se cerró otro mes sobre el tiempo concedido por tu misericordia a nuestra terrena existencia. Yo, como sabes, estoy sumido en gran pena por varios motivos que sólo Tú, Señor, puedes eliminar. En Ti confío y de Ti me fío”.
Yo creo que Dios me hace caso por lo pesado que me pongo con Él. Tenemos los dos una auténtica relación de amor. Por ejemplo, como nuestro hijo segundo está enfermo de los ojos, pregunto: “¿Quizá para que los del alma los tengamos limpios y despiertos? Ya sé que Tú no eres sino amor y misericordia”. Sé que Dios jamás me fallará, ni siquiera en la terrible prueba de 1993.
El 9 de agosto, ya de nuevo en Madrid, visito al director del Colegio Caldeiro. Tendré que seguir buscando “un trabajo que sea digno de Ti”, escribo. El 17, subo al pueblo de Villavedón, en Burgos, para asistir al funeral y entierro del padre de un religioso, terciario capuchino. Y será a partir del día 20, cuando supliré, cada día y durante un par de horas, al quiosquero de la Avda. de los Toreros, que está enfermo. Eso no me va a reportar dinero, pero sí compensación moral de por vida. Y el 23 acudiré Cruz Roja para dar sangre y salvar, así, la vida de un cuñado de mi cuñado Gonzalo. Y ayudaré con mi testimonio y firma, el 26, para eximir del servicio militar a un joven de la Parroquia, por hallarse casado y con un hijo. Terminaré el mes con estas palabras: “Si la fe no educa a nuestros hijos, ¿cuál será el futuro del mundo?”
Un nuevo curso
En septiembre del 82, viajamos a Ciudad Real para visitar a una tía política, ingresada en un geriátrico dirigido por religiosas. El viaje de ida lo haremos por Toledo, Sonseca, Orgaz –el del conde- y Malagón. Y el de vuelta, por Daimiel, Puerto Lápice, Madridejos, Tembleque, Ocaña y Aranjuez. La residencia de tía Emilia era muy buena.
El delegado de enseñanza me llamó para ofrecerme las clases de religión del Colegio “Magnus”. Al día siguiente, 15, moría Gracia de Mónaco en un desgraciado accidente de coche que conducía su hija menor. Del 20 al 24, asisto, en Caldeiro, a un cursillo sobre tutorías y disciplina. Y acabo septiembre dirigiendo una carta al papa Juan Pablo II. El resto del mes viene ocupado por la compra de libros para el nuevo curso, y la preparación del curso catequético, tanto en la Parroquia como en el “San Pío X”.
En la agenda diaria de octubre, voy a dar también clases en el Colegio “Natividad”; me voy a reunir con todos los catequistas de la Vicaría II; inicio el segundo curso del bienio de licenciatura; asisto a la inauguración de la temporada de conciertos en el Teatro Real, y mi amigo magistrado me regalará su libro “Jueces y Justicia en la Sagrada Escritura”; inicio con los vecinos de casa una catequesis semanal, que perdurará hasta 1998. Con ellos oraré y celebraré la eucaristía. A nivel nacional, hubo inundaciones en Valencia, Alicante y Murcia, y Elecciones Generales. Y, el 31, llega a España el papa Juan Pablo II.
Del 1 al 9 de noviembre, el Papa estará en España. Oré para que no fuera una visita en vano, al menos para mí, que tuve la ocasión de estar presente en el estadio Santiago Bernabeu, donde el Papa se reunió con doscientos mil jóvenes llegados de toda España.
Un nuevo contrato de trabajo y un aumento de clases, supliendo al un profesor enfermo del “Nuestra Señora de la Vega” me proporcionará un poco de respiro económico. Aunque lo que yo quiero, realmente, es ejercer el sacerdocio con la libertad de antes. Y me pregunto: “¿Quién soy yo, Señor? Alguien tuyo. ¿Te parece poco? Por eso voy muriéndome en ansias infinitas”. Hasta mi esposa nota que me pasa algo, pero “si Tú no se lo dices, Señor, ¿qué puedo yo contestar?, añado.
Del día 3 de diciembre del 82, copio la reflexión que hago: “De mi contacto con la juventud saco la conclusión de que la Iglesia debe transformar su imagen externa completamente. El viaje del Papa, sin negarle su positivo impacto, es hoy objeto de una crítica por lo que pudo suponer de “poder”, de “triunfalismo”, de “gastos innecesarios”, etc… Yo tengo la esperanza de que, por fin, el mundo se encuentre contigo, Señor”. El día 6 recibo carta de la Secretaría de Estado del Vaticano, asegurándome que será examinada atentamente la que escribí el pasado mes. El 9, llevo al colegio “Ntra. Sra. De la Vega” al Dr. Barrios, ginecólogo, para que dé una conferencia a sus alumnos sobre el aborto y medios anticonceptivos. El 11, esta nota escrita da idea de mi estilo “revolucionario”: “Cada vez es más urgente que el cristianismo se presente como una vida, como la Vida, y no como una religión más, cargada de estructura, leyes, poder sacerdotal y centralismo. Y, mucho menos, bajo signo triunfalista o de proselitismo. Para el mundo hay sólo una Buena Noticia que predicar: JESÚS, EL DIOS HOMBRE, ES LA SALVACIÓN”. La visión de la película “De prisa, de prisa”, en el citado Colegio, me hace exclamar, entristecido: “Y vuelvo a decirte, Señor, que lleves contigo a los que me has confiado, y a mí, antes que nos apartemos de tu amor”. El 23, recibo carta de la curia general de la Orden Franciscana, en Roma, sabedora de cómo vivo mi doble vocación.
El año 1982 acabaría en Cehegín. Hago el siguiente escrito: “¿Cómo terminar el año, Señor, sin darte las gracias? Gracias por todo. Gracias por la inmensa riqueza otorgada por tu Bondad, la Fe, la Vida, la Familia, la Amistad, la Búsqueda, la Paz, la Alegría, la Oración, la Esperanza, la Luz, la Fidelidad… tu Fidelidad…, la Salvación.”
Para alabanza de Cristo. Amén.