Capítulo XX
El largo peregrinaje
Al empezar 1978, registro sumariamente el horario de cada día laboral: a las 8, entro al trabajo; a las 10, tomo un bocadillo; a las 13´30, como en un bar cualquiera de Vallecas; a las 14´30, vuelvo al trabajo; a las 18, salgo del trabajo.
A las 20, santa misa. Después, cena y descanso. Es un horario a grandes rasgos. Y añado: “así un día y otro y otro…¿hasta cuándo, Señor?”.
Me he incorporado plenamente a la vida parroquial. Me voy a responsabilizar de la liturgia y voy a llevar un grupo de jóvenes semanalmente, y asistiré a los grupos de oración de cada fin de semana.
En estos días de enero del 78, recibo y hago visitas. Y comienzo la lectura de un libro que recopila diversos pensamientos de san Agustín. Laboralmente, intento cambiar de empresa, pero no lo consigo.
El 6 de enero, en un coche R-6 del tío Gonzalo, bajamos a Cehegín. Llevamos diversos regalos para los sobrinos y nos hospedamos en casa de mi madre. Desde Cehegín, haremos una visita a Murcia, al santuario de la Virgen de la Fuensanta. El día 8, tras ir a Caravaca, en cuya iglesia de los carmelitas asistiremos a la Eucaristía, regresamos a Madrid.
Ya en Madrid, registro el billete de ida y vuelta en Metro. Costaba 11 pesetas, y el de autobús 21 pesetas. Por esos días, escribo a mi hermana menor, que se encuentra mal a causa de su ruptura con el novio. El día 11, empiezo la lectura de otro libro sobre san Agustín. Escribo: “Me preocupa mucho el pleno significado del seguimiento de Cristo”.
A causa del trabajo de mi esposa, dedico los sábados por la mañana en hacer las compras, preparar la comida y el aseo de la casa. El día 15, voy con el resto de responsables de la Parroquia al Colegio “Montpellier”, donde participo en la asamblea de la Vicaría, con cantos y grupos de trabajo. La poetisa Gloria Fuertes leyó unos poemas y se realizó la representación de un drama de Alejandro Casona, “7 gritos en la mar”.
El 18, en la misa de la tarde, el celebrante me pide que explique a los fieles el pasaje bíblico de David y Goliat. Igualmente, se me invita, el día 20, a que introduzca el tema sobre la Penitencia, que se tratará en la reunión parroquial de cada viernes. El 22, visitamos la casa del poeta Andrés Molina Moles, letrista de la cantante Marifé de Triana. Esa casa era un museo en pequeño. Con motivo de su onomástica, el 23, recibo diversos regalos y felicitaciones. El párroco me obsequia con un Diccionario Enciclopédico de Teología Moral, que pronto leeré y utilizaré para mis charlas y reuniones. Y, en los últimos días de enero, vamos a buscar un nuevo piso de alquiler. Será a partir de febrero, cuando vivamos en la calle Roma 4-3ºizq. Sería el propio párroco quien, en la furgoneta de la Parroquia, trasladaría los enseres de casa al nuevo domicilio.
Con el primero de febrero, experimenta mi sueldo una subida del 22%. Eso supone que voy a cobrar mensualmente 23.000 pesetas, más pagas extras. El 2, los dueños de Constancia 41, nos devuelven la fianza que entregamos al alquilar aquel piso-apartamento. Nada menos que 18.000 pesetas. El coadjutor de la Parroquia ayudará a raspar el techo de la cocina del nuevo piso para pintarlo posteriormente. La dueña del piso pondría una cocina nueva con gas ciudad. Y un matrimonio amigo de Albacete nos regalaría las lamparitas de la mesita de noche.
El 9 de febrero, le visita un sacerdote franciscano, el mismo que hizo las fotos de mi boda, para comunicarme que le resulta imposible seguir por más tiempo en el convento. Le buscó un piso en Madrid.
El día 20, mientras la cena, se presentaron en casa párroco y coadjutor con una cama, una silla de niño para comer, un “moisés” y un cochecito de bebé, con el deseo de que sean útiles algún día. El 22, el grupo de los viernes vino a casa a hacer allí la oración. Como cada uno se trajo el bocadillo, todos juntos, al final, cenamos y cantamos. El 25, veo con mi grupo de jóvenes la película sobre san Francisco “Hermano Sol, Hermana Luna”, que les llenó de gozo y, luego, tuvimos un coloquio que se prolongó hasta bien tarde. El 27, hago esta reflexión escrita: “llevo dos días ensimismado en mi respuesta al Señor. Él sólo es capaz de aceptar el misterio de mi vida, que siempre quise entregarle”.
El 1 de marzo celebro mi 35 cumpleaños con un soneto de agradecimiento al Señor. Se me regala un atril, para que la Palabra de Dios esté expuesta permanentemente en casa. En la Parroquia me regalarán un cassette con el “Carmina Burana” de Carl Orff. Los días 6 al 9 de marzo, participaremos, en la Parroquia, en un cursillo sobre catequesis, impartido por los Hermanos de La Salle. El día 8, compramos un mueble-librería que nos cuesta 75.000 pesetas. Varias décadas después, esta librería aún está en casa, prestando el mismo servicio. Debido a una infección de garganta, guardaré cama, administrándome grageas de Bristaciclina y supositorios de Veganín. Esos días en cama me servirán para escribir un comentario sobre el Evangelio. Todos los amigos de la parroquia pasarán a visitarme.
El 17, viernes de Dolores, se casó mi antiguo rector del seminario franciscano, en Murcia, con una viuda que tenía dos hijos. Pasaron su “luna de miel” en Madrid, en nuestra casa. Como, el 20 de marzo, se presentaban en casa mis hermanos María y Cristóbal, que llegaban a Madrid a resolver unos asuntos, aprovechamos para ver, juntos, en el Teatro Monumental, la obra musical “El diluvio que viene”, que resultó extraordinaria por su argumento y puesta a punto. Y el 22, en un Citröen GS que alquilé, regresamos todos a Cehegín. Allí pasamos el Triduo Sacro. Aprovecharía el mismo coche para acercarnos a Orihuela, Elche y Alicante. El 26, domingo de Pascua, ya estábamos de vuelta en Madrid. Dos días después, comenté que “echaba de menos la oración, el diálogos amoroso con Dios, y la contemplación quieta y callada que se saborea en la soledad interior”.
El 2 de abril, recibo en casa la visita de dos “testigos de Jehová”. Los traté amablemente, pero se marcharon de casa “fracasados” por la contundente claridad con que les hablé. Las visitas, las reuniones, las charlas, la liturgia, el trabajo, etc… seguirá ocupando mi tiempo en este mes del 78.
No pierde ocasión de manifestarme cual soy. Por ejemplo, sale a colación el tema de las vocaciones en una reunión parroquial; yo, aunque la gente se arme un poco de lío, diré claramente que el ministerio es un fruto lógico del sacerdocio real de la comunidad cristiana a la que debe servir, y no al revés.
El día 15 de abril, fallece en la comunidad de los Terciarios Capuchinos, que regenta la parroquia, el padre José María Pérez de Alba. La estola que él usaba pasará a mí para las eucaristías familiares. El funeral lo presidió el arzobispo de Zaragoza, Cantero Cuadrado, el vicario episcopal y una veintena de sacerdotes. Yo dirigí los cantos desde el ambón. El 22 de abril, acompañado por el párroco y con su furgoneta, viajo a Cehegín. Me iba a traer a Madrid todos los libros y la música que tenía empaquetados en casa de mi madre. Al regresar, llovía a cántaros. El 27, José Martí Funes, murciano y suegro nonagenario de Molina Moles, antes citado, me regala un despertador que él había adquirido sesenta años atrás, a cambio de unas lechugas y unas habas traídas del pueblo en el viaje de los libros.
Teníamos la buena costumbre de llamar a mi madre todas las semanas. Ese contacto telefónico permitía estar al tanto de lo que sucedía en Cehegín, pueblo al que regresaríamos todos, veinte años después de este que les cuento.
Mayo lo inicio con la lectura de “La España de ayer”, de Víctor Fragoso del Toro. De hecho, el día 1, hubo una imponente manifestación en Madrid del mundo sindical y político. A mí me daban en la empresa donde trabajaba 800 pesetas mensuales para ayuda a mis comidas. Dieta que estuve a punto de perder, pero luché para que así no fuera. El día 8, se produjo un accidente en el Metro madrileño, con un saldo de cien heridos. El 14, asistimos, en el Palacio de Deportes, a un concierto del Coro y Ballet del Ejército Soviético, dirigidos por Boris Alexandrov. Tuvieron la gentileza de cantar en español cuatro canciones famosas españolas. Los días 16 al 19, asistimos, en la parroquia de san Juan Evangelista, a unas charlas explicativas de los cursillos prematrimoniales. Y allí me encontré con un condiscípulo del Colegio Seráfico, Jaime Ruiz Verdú.
Revisando los apuntes, me percato de la actividad casi frenética que desarrollo en las horas que me deja libres el trabajo. “Caldeiro” siempre reconocerá esa labor desinteresada que presté durante tantos años.
En los primeros apuntes de junio del 78, reflejo mi paga quincenal: 11.665 pesetas. Y, en La Unión Musical, adquirí la partitura de bolsillo de la Quinta Sinfonía de Tchaikovsky. El 11 de junio, asistimos por primera vez a la excursión o romería que la Parroquia hace todos los años a Colmenar Viejo, al santuario patronal. Fueron tres autocares y unos treinta turismos. Allí jugamos, cantamos, rezamos y comiemos, en medio de un ambiente fraternal. La misa fue, naturalmente, al aire libre y ayudaría a dar la comunión. Antes de volver a Madrid, nos despidimos de la Virgen del Remedio con diversos cantos. Al día siguiente, me presenté en la calle Quintana 16, en la tienda de un amigo y parroquiano, para comprar un televisor “Lavis”, en color, de 26 pulgadas, que nos costó 110.000 pesetas. Por fin, habría en casa un televisor. Angel Llena y su hijo irían a instalarlo.
El 15 de junio, en el TAIPEI, que era un restaurante chino, donde cenamos, el párroco me regaló un bolígrafo de oro por mi labor en la catequesis de jóvenes. El 19, nos desplazamos a Getafe, donde se nos ofrece la oportunidad de comprar, de segunda mano, un coche Seat 124 LS, por valor de 300.000 pesetas, matrícula de M-2839-BN. Nos lo pensamos a la hora de comprarlo, pero vimos su utilidad y pedimos al Señor poderlo usar en Su servicio. El coche de segunda mano nos iba a salir caro. En menos de una semana le hago dos puestas a punto: la primera por valor de 15.095 pesetas; la segunda, por 16.270 pesetas. Menos mal que, con él, iríamos a las compras en el mercado y, sobre todo, podríamos viajar a Cehegín, como luego veremos.
Para alabanza de Cristo. Amén.