Capítulo XVII
Las vueltas que da la vida
Merecería un capítulo especial mi relación con mi hermano pequeño. Siempre que se ve, como el 27 de mayo 1976, hablamos de temas religiosos. Y es que siempre temí que se encaminara por sendas poco ortodoxas, poco católicas. De hecho, actualmente, realiza el papel de pastor evangélico.
El 29, asisto, en Orihuela, al funeral y entierro de un hermano lego franciscano, fray Damián. Vuelvo a Elche, el 30, para atender al grupo de jóvenes que se reúnen en las Clarisas. Y escribo, de vuelta a Murcia, que L, en su entrega al Señor, va pasando por una serie de vicisitudes que debe superar.
El 1 de junio me visitan, en Murcia, unas monjas concepcionistas de Vélez Blanco, a quienes acompaño hasta el monasterio de los Jerónimos, hoy UCAM, donde se van a hospedar. Del 2 al 5 voy a estar en Elche. En el gobierno militar de Alicante arreglo los papeles de la revista anual y paso a la situación de reservista. En Elche atiendo a los matrimonios y a los jóvenes.
Ya en Murcia, el día 13, doy un retiro espiritual, en las monjas Verónicas, a un grupo de chicas. Por la mañana había celebrado la Misa, y predicado, en Javalí Viejo, co motivo de sus fiestas. Y lo mismo hice al día siguiente. Es curioso que, en los días que estuve en Murcia, bajaba a ayudar a los obreros que confeccionaban, doblaban y empaquetaban la revista franciscana “Espigas y Azucenas”(Almanaque) e “Iglesia Hoy”. Es en estos días, a caballo en Murcia, Elche, Orihuela y Javalí Viejo, cuando cojo una afección de garganta, con molestas toses y fiebre alta. Tomo “piramidón”.
El 20, en Murcia, doy un retiro espiritual, en las dominicas, a un grupo reducido de jóvenes. Al día siguiente, una vez más, me presentaría en Madrid, donde voy a estar hasta el 27 de junio. Estoy preocupado. En Madrid, el 22, voy a presenciar una magna manifestación de las Amas de Casa. Fue una semana en la capital de España, que consideré de “convalecencia”. De Madrid a Manises y Elche. Aquí estoy hasta el 3 de julio. Cuando, al llegar a Murcia, hablo con L, escribo: “¿Locura para el mundo?” Algo definitivo ha debido pasar para que añada: “Si el Señor no edifica la ciudad, en vano se afanan los albañiles; si no defiende la ciudad, en vano vigilan los centinelas”.
El 5 de julio, empieza en Vélez Blanco, en el convento de las concepcionistas, una tanda de ejercicios espirituales para un grupo de ocho jóvenes que, en esos días, convivirán con las monjas de clausura. Me quedaría en la hospedería del monasterio. Los ejercicios acabarían el día 9. Al caer la tarde, bajaba hasta Vélez Rubio para ver si podía hablar por teléfono con L, pero no lo logré hasta mi vuelta a Murcia. El día 11, en las Verónicas, dirijo un retiro espiritual a diez chicas sobre la adhesión a Cristo. Desde Murcia, nuevos viajes a Cehegín, Orihuela, Elche, Alicante y Manises. Noto la diferencia en el estilo de respuesta al Señor entre cada joven. Aunque las monjas le resulten muy atrayentes, L se resiste a serlo. El 16, en el locutorio de las carmelitas de Manises, estas cantaron maravillosamente para mi, y yo les canté un trozo del “cántico espiritual” de san Juan de la Cruz.
Cuando el 19 de julio vuelvo a Madrid, hospedándome en el noviciado de las franciscanas misioneras de María, no veo las cosas con claridad y deposito mi confianza en el Señor. Deseo que mi futura siga al Señor como único móvil de su vida. Llegarmos a llorar juntos y a orar intensamente, porque. ella me expresaba que quería seguir al Señor, pero tenía miedo. “Tú sólo puedes atraerla hacia Ti”, escribiría yo. En Madrid estaría hasta el día 25.
No termino de comprender las reacciones de L, cuando solamente deseaba que Cristo triunfara en su vida. Ese estira y afloja obliga a que repita viaje a Madrid el día 27 de julio, para, el 29, bajar hacia Murcia, deteniéndome en Manises y Elche. Así acabaría julio.
El día 1 de agosto estoy en Murcia. Preparo ejercicios espirituales, atiendo el correo, las llamadas, las visitas, la iglesia… Durante unos días, L guarda un silencio sepulcral. En un viaje rápido a Cehegín, día 8, le voy a expresar a mi madre lo que me pasa. Y, por fín, al día siguiente, marcho a Denia, en uno de cuyos apartamentos de playa veranea la familia de L. Esa noche hablo con ella y ella me dice que el Señor lo es todo en su vida. Dos días más tarde, visitamos Manises con su madre Flora. Tras la eucaristía que celebré, cantando las monjas angelicalmente, volvimos a Denia. El 13, bajamos a Elche. Comemos en Santa Pola. En la iglesia de Santa María, de Elche, asistimos a la escenificación e interpretación del famoso “Misterio de la Asunción de Nuestra Señora”. Fue algo inefablemente bello y meritorio. Al día siguiente, en Denia, me pregunto mi si es entendible la semana que ha pasado. Y concluyo que “el Señor se alegra cuando, con su gracia, somos capaces de tanto esfuerzo y sacrificio”.
El día 15 estaría en Madrid. Todos estábamos invitados a la boda de la futura médico, que se casó en la capilla del colegio en que estudiaba de pequeña, cuando yo estaba en San Francisco el Grande. Pequeño altercado con mi futura suegra. Me hospedo en la habitación 110 del hotel Alcalá. En Madrid me quedé hasta el 18, en que bajé a Elche, donde atendería, como de costumbre, a los matrimonios. Hablaría detenidamente con un matrimonio de su total confianza y, poco a poco, les hice confidentes de la decisión que iba a tomar.
El 21 de agosto estoy en Murcia. Hasta el 30, en que viajaría a Alicante. Pero el 30, en Murcia, voy a recibir la visita de un hombre de 68 años, que confesó y comulgó por primera vez. Se trataba del último preso político, que había estado 36 años en la cárcel de Murcia. Agosto lo voy a terminar en el monasterio de carmelitas de Manises, donde hizo su ingreso, tras mi bendición, la novicia Pérez Vialcanet. Me llevaré a la tumba las mil conversaciones con esta futura carmelita, los cientos de cartas en las que la aspirante al Carmelo desvelaba su alma, sus sentimientos, su corazón.
Los tres primeros días de septiembre del 76, vuelvo a Madrid, pues voy a llevar a L al Carmelo de Manises. Quiero que vea cómo ingresa oficialmente la citada novicia. Habrá lágrimas. El día 5, regresamos a Madrid, pues tenía que dirigir los ejercicios espirituales a las franciscanas misioneras de María, a las novicias, en el km. 23 de la carretera de Madrid-Valencia. Hasta el día 14. Mi futura asistió a algunas charlas, pero su vocación posible no se va a hacer notar, por lo que yo, que creo haber hecho con ella lo humanamente imposible, quedaré sumido en un mar de dudas, confiando tan sólo en el Señor y dejando en sus manos nuestro destino.
A las afueras del convento
En septiembre del 76, rapidísimo regreso a Cehegín para recoger a mi madre, con quien, pasadas las fiestas del pueblo, voy a realizar un viaje por España, como solía hacer para que ella se distrajese y saliera un poco de la monotonía diaria. Además, voy a aprovechar la ocasión para que conozca a mi futura, en Madrid, al tiempo que visite con ella, el día 16, la iglesia de la Virgen de la Paloma. El 17, vamos de Madrid a Segovia, hospedándonos en el monasterio de san Antonio el Real. El 18, de Segovia a Salamanca, y nos hospedamos en las Clarisas de la calle Ronda del Corpus. Allí nos visita PAM, que había conocido en Almería, y cuyo paradero espiritual siempre fue un enigma para mí. El 19, desde Salamanca a Santiago de Compostela. Nos hospedamos en el convento de los franciscanos. Santiago es lo suficientemente atractivo como para quedarse todo el día siguiente. Por cierto, ese día, concelebré en la catedral con 20 sacerdotes más y el obispo de Tarazona. El 21, de Santiago a Foz (Lugo), pasando por Coruña, Ferrol y Vivero, donde comimos y visitamos a las monjas concepcionistas. El 22, de Foz hasta Peñafiel, descansando en la hospedería de las Clarisas. El 23, desde Peñafiel hasta Madrid. Aquí se hospedamos en el noviciado de las franciscanas misioneras de María. En Madrid vamos a estar tres días, porque hemos de recoger a una hermana mía y, sobre todo, porque L necesita más ayuda. El día 27, bajamos a Manises. Nos vamos a hospedar, esa noche, en las monjas carmelitas, a las que celebraré la misa. Ellas están temerosas de mi posible decisión, si mi futura se empeña en entender la vida religiosa como un compromiso familiar, más que conventual, y me ven como una víctima de mi propio entusiasmo y entrega.
Cuando vamos para Cehegín, nos detenemos en Elche y Orihuela. Aquí nos enteramos de la muerte de mi buen amigo Javaloyes, el pasado 18 de este mes, y quedo muy impresionado.
Desde el 1 de octubre vuelvo a estar en La Merced de Murcia. Ese mismo día visito, en el Hospital Provincial, a un religioso franciscano, paisano mío, que está gravemente enfermo de diabetes. Con él pasaré toda la noche. Igual hice al día siguiente. Así, un día y otro, hasta el día 9. El 5, escribo: “Señor, dame fuerzas, dame luz. Hazme ver limpiamente el camino de tu voluntad. Estoy muy necesitado. Señor, ten piedad”. Y, a la mañana siguiente, hablo con el Provincial para manifestarle mi descontento actual y mis deseos para el futuro. No nos entendimos. Yo continué mi vida normal apostólica. Cuando, el 7 de octubre, voy a Elche, la reunión de matrimonios se convirtió en una crítica “fraternal” sobre mi vida presente y pasada, aunque no salí mal parado. El 8, al ir a Cehegín, hablo con mi madre sobre ese misterioso futuro “de quien desea servirte, Señor, sobre todas las cosas”. El 9, recibo de Murcia a un joven expresidiario del Penal de Ocaña, acompañado de sus padres. Quería anular su matrimonio. Y, bien tarde, marché a Alicante. Con los matrimonios, mantuve una fuerte discusión sobre matrimonio, celibato y sacerdocio. Y el 10, estoy de nuevo en Madrid. Visito con L y su madre Flora a tía Emilia. Me habla claramente. Ya sólo confíamos en que Dios realice su voluntad. Reconozco que no sé el camino y Le suplico que me lo muestre como sea: “¡Me duele tanto disgustarte!”. Y en Madrid se voy a quedar hasta el 14 de octubre, en que bajaré, otra vez, a Manises. Necesito ultimar con mi L lo que el Señor pueda pedirnos en un futuro próximo. Y esto es tanto más curioso, cuanto que llegaré al matrimonio, un año más tarde, sin conocer el cuerpo de una mujer, sin saber, siquiera, cómo se hace el acto conyugal. Lo que descarta toda causalidad de tipo sexual, o de cualquier otro, fuera de una búsqueda sincera de lo que Dios quería para noosotros. Es más, el 14, la acompañaré al médico por causa de una grave dolencia del tiroides, que evolucionará hacia un tumor que habrá que extirpar sin remedio. Cuando, en la tarde de ese día llego a Manises, tengo un fuerte dolor de muelas. Al día siguiente, el dentista me sacará la muela, para que pudiera iniciar los ejercicios espirituales tras la cena. Los ejercicios, que duraron hasta el día 24 de octubre, versarán sobre las Moradas de Santa Teresa. Siempre he sido un conocedor de la teología mística, y las monjas me conocían bien. ¡Cómo agradecí el que la abadesa Pilar y sor Nuria me dedicaran tiempo a hablar conmigo de mi inesperado futuro!
En ese tiempo, L escribió a mi madre, pues ésta, temiendo que yo diera un paso en falso, se pasaba los días rezando y llorando. Tampoco podía entender qué sería de su hijo Alfonso. Tras esa carta, mi madre se encontró mucho mejor. En esos días, volví a reunirme con el grupo de amigas de la novicia de Manises, citada en otro capítulo. Yo acabé triste los ejercicios, como no queriéndome marchar de allí. Y, sin embargo, tendría que volver a Madrid. Aún me quedé un día más en Manises, para asistir a la Profesión de quien yo había animado a entrar en religión. Tomó el nombre de Sor Isabel de la Trinidad, como su famosa homónima francesa. Y lloré al despedirme de las monjas. Esa noche, cuando escribo el “diario”, diría al Señor: “Mañana, cuando vea a L, que sepamos abrazarnos generosamente a tu voluntad, aunque sangre el corazón”. Sé, amigo lector, que mi corazón aún sigue sangrando, en medio de la felicidad a la que el Señor nos condujo.
Esta vez, me va a hospedar, en Madrid, en el Hostal Salamanca, de la calle Ortega y Gasset 89, habitación 7. En Madrid voy a quedarme hasta el día 29 de octubre. Al bajar, ese día, hacia Cehegín, iré viendo a los grandes amigos en Novelda, Elche, Orihuela. Eso me daría fuerzas para hablar con mi madre y con mis hermanos, en Cehegín, donde estaría hasta el 2 de noviembre.
Vuelvo a Murcia y continúo mi tarea sacerdotal. El 5, mi futura habla con el vicario episcopal de Vallecas, que la comprende. No va a ser inútil el dolor y la oración de mi madre. El día 15, el padre Provincial habla conmigo muy seriamente. Sus palabras eran el eco de las de los demás religiosos. El 16, me visita un matrimonio alicantino. Al final del día, las preguntas que me hago valen por todo un tratado: “¿Es todo una ilusión? ¿No vale la pena que luche? ¿Vislumbro otra forma de vivir según tu Voluntad? ¿Tiene razón L y tanta gente? ¿Me quieres religioso y sacerdote? ¿Sólo sacerdote? ¿Sólo religioso? ¿Cristiano simplemente? Sé, no obstante, que sólo debo ser Tuyo. ¡GRACIAS!” Así se expresaba el hombre que, con su decisión haría más bien a la Iglesia de lo que él mismo podría soñar.
El 20 de noviembre, seguía con una carga especial de tristeza a causa de esas dudas tremendas sobre mi futuro, que estaba únicamente en manos de Dios. ¿Cómo es que no hablé con Fray Cándido, con mi santo franciscano, teniéndolo tan cerca? Yo tenía la impresión de que, algún día, fallaría como fraile, yo, devoto fidelísimo del santo Cura de Ars. Por su parte, L me escribe y me dice: “Tengo una pena que no tiene explicación humana”. El 25, ayudaría a su antiguo maestro de filosofado a trasladarse desde Orihuela a Cehegín. Este buen fraile jamás aceptó la futura decisión del padre Alfonso. Pensó que se había vuelto loco. Por fin, el día 29 de noviembre, hablo con el Provincial para expresarle el deseo de vivir exclaustrado durante seis meses. Y, esa noche, dejo escrito: “Señor, si me quieres como sacerdote simplemente, dímelo por favor”. Al día siguiente, me visita mi madre y hago por escrito la solicitud de exclaustración. Lo que escribo en mi “diario” es digno: “Nadie como Tú, Señor, sabe el paso que he dado ni su significado. Haz que sea uno más hacia Ti, pues me sedujiste de tan pequeño. Que nadie se aparte de Ti por mi causa. Que nadie se ría del Dios en quien confío y en cuyas manos estoy. Este y el pasado han sido los dos meses más dolorosos de mi vida. Te los ofrezco, Señor”.
Y en diciembre del 76 voy a continuar mi vida normal de sacerdote. Ya no me siente fraile. Sólo sacerdote. No voy a usar el coche que tenía a mi disposición. Voy a coger el autobús para desplazarse a Elche. Aquí me dejarán un coche para ir a Madrid, donde voy a estar desde el 4 al 11 de diciembre. El día anterior, después de hablar y llorar con mi L, veo una nube sobre nosotros no sabiendo si daremos a Dios la gloria que merece.
El 12, en Murcia, paseo y hablo con una amiga por el barrio de Vistabella. Ella me va a ayudar a ver que, aunque me case, Dios no quiere que prescinda de mi sacerdocio, pues Él no pone jamás esa condición para seguirle. El 15 de diciembre hubo en España un referendum nacional para la reforma política, dando paso a la democracia. El 20, en Murcia, escribo lo siguiente: “Señor, que no nos cerremos a tu luz. Sobre todo yo, Señor. Tú sabes que lo eres todo para mí. Pero Tú –porque ¿quién, si no?- sabe cómo algo grave ha ocurrido en la vida de este sacerdote tuyo. ¿Qué quieres de mí? Por favor, ¿qué quieres?”.
El 23, tuve carta escrita del Provincial, concediéndome seis meses para morar “extra claustra”. Pero seguiré en el convento de Murcia, al menos, hasta el final del año 1976, participando de la vida comunitaria, de la Navidad, de las tareas propias del sacerdocio. Despedí 1976 con el canto del TE DEUM y del VENI CREATOR. ¡1977 será decisivo!
Para alabanza de Cristo. Amén.