Capítulo XXXIII
El diario ilustrado
Efectivamente, desde el primer día de enero de 1987, voy a rellenar el margen que me quede en cada página de mi “diario” con algún dibujo, con alguna alegoría, con alguna palabra clave. A estas alturas, no es fácil saber exactamente por qué lo hice, pero resulta curioso. Va a ser un año, además, de expansión del Ordinariato. Esta responsabilidad me había supuesto, desde 1985, un aumento considerable de trabajo no remunerado. Hoy también es así. Si cobrara lo que hago, y en razón de lo que hago, sería inmensamente rico. Soy ciertamente rico, riquísimo, pero mi riqueza se da de patadas con el vil metal.
Lo primero de este 1987: “Un año más para Ti, Señor”, escribo. De vuelta a Madrid, me esperaba, entre otros asuntos, la atención al correo atrasado, proveniente de Portugal, Sevilla, Huesca, Vitoria, Tarragona, USA, etc… Mas, por mucho que sea mi trabajo, siempre encontraré un tiempo para la música clásica. Ella, desde hace muchísimos años, me sirve de telón de fondo, de ambiente. Cientos de compositores pasan por mi radiocassette.
Los primeros días del año, como de costumbre, están centrados en los “reyes magos”, cuya noche preparamos con sumo esmero. Yo sigo con la administración de la casa. Un pequeño ataque de asma, con insuficiencia respiratoria, me va a tener unos días sin dar clases, pero los aprovecharé para escribir y preparar el “reciclaje” que se ha propuesto con los sacerdotes casados.
Como el Hermano Virgilio, de La Salle, quiere que celebre, en el Noviciado que tienen en Griñón, una Eucaristía de rito oriental, ésta es preparada minuciosamente. Lo que haré con mi compañero y amigo Calviño. Así que, el día 23, celebré mi onomástica en Griñón. Celebramos una solemnísima Eucaristía oriental para la comunidad del Noviciado de La Salle: un centenar de Hermanos. Acudió, igualmente, una representación de la Parroquia de Griñón con su párroco. Fue una celebración de fe extraordinaria. Más de dos horas duró la Eucaristía. Los Hermanos la habían preparado con todo detalle: cantos, lecturas, iconos, incienso, procesión… Al final, cenamos con ellos en su refectorio.
Invitados por José Francisco Coll, de Huesca, Calviño y yo iremos en tren-talgo hasta Zaragoza. Allí nos reunimos, en los locales de la HOAC, con un grupo de doce sacerdotes casados, interesados en ser informados sobre el Ordinariato Internacional. Nos hospedamos en casa de uno de ellos, un tal Antoni, valenciano, con quien cenamos. La comida la había tenido con Coll, en el restaurante “Las palomas”, cerca de la plaza del Pilar. El 25, estabamos de vuelta en Madrid. Ese día, se presentó en casa el vicario episcopal, José Varas, preocupado por la pregunta que le hizo el Vicario General del Diócesis madrileña, en el sentido de si sabía que me iban a hacer obispo. Quedamos en que el cardenal Suquía me llamaría. Se temía mi influencia en el clero casado de España. Yo seguiría trabajando por los interesados en su ministerio, a los que reuní, una vez más, en el “San Pío X”, viniendo de Mallorca, Sevilla, Valladolid, Santander y Madrid.
En febrero, acudo con Manuel García Viñó a Guadalajara. En casa de Ramón Alario íbamos a preparar el siguiente número de la revista “Tiempo de Hablar”. Allí me dejaré olvidada la documentación del coche y la radio, que, a otro día, la traería a casa mi amigo Félix Barrena. Mientras, en Sevilla, Chaparro llama preocupado por el interés que tiene aquel Vicario General en informarse sobre el Ordinariato.
Acompañado nuevamente por Guillermo Calviño, el 14, marcho a Barcelona. Nos recibe un tal Manuel Castellá, sacerdote casado que ejerce de abogado, en cuya casa nos vamos a hospedar. Al día siguiente, visitaría el Parque de Gaudí y la Sagrada Familia, asistiendo, en San Gregorio Taumaturgo, a una Eucaristía de rito bizantino. Después de comer, nos reunimos, en la calle Constitución 28, con un grupo de sacerdotes casados.
Ya en Madrid, recibo una fotocopia de la carta del Secretario para la Unidad de los cristianos, en Roma, sobre el asunto “Mar John”. Pero, la esposa del teólogo Raimundo Paniker hizo las pesquisas necesarias sobre la autenticidad de su episcopado. Y seguí reuniéndome con los sacerdotes casados.
En marzo, recibo dos llamadas: una, de Jesús Morea, desde USA, para comunicarme algunos puntos recibidos por carta de Mar John; otra, de Chaparro, de Sevilla, para darme el positivo resultado de la audiencia concedida por el arzobispo hispalense a un grupo de curas casados, entre los que hay un hermano suyo. El 11, vigésimo aniversario de mi ordenación, celebro la Eucaristía en la comunidad de vecinos. El 16, separaré, en plena calle, a dos hombres que se estaban peleando ante los ojos inocentes del hijo de uno de ellos que, desconsolado, no podía entender cómo su padre se pegaba y era apaleado. Dejé escrito: “¿Por cuánto tiempo, Señor, con ejemplos así?”
De mi agenda de podría sacarse una pequeña biografía de cada uno de nuestros hijos, y de mi esposa. y de cómo les dediqué todo el tiempo que me fue posible, como, por ejemplo, cuando los llevé a ver la feria de abril, instalada en los alrededores de la plaza de toros de Las Ventas. O cuando salía de paseo, aprovechando que nuestros hijos estaban en la catequesis, en Caldeiro. .
Abril y Semana Santa, en Cehegín. El Jueves Santo lo celebraríamos en familia, con una Eucaristía extraordinaria. Vinieron de Murcia, de Cieza y de Puebla de Mula. A la Eucaristía se unió un grupo de jóvenes.
Asuntos temporales
En mayo del 87 voy a realizar el una visita peculiar. Visitado, a su vez, por el sacerdote Juan Antonio González Aguado, voy a ir con él a la parroquia de Entrevías, al Pozo del tío Raimundo y al barrio gitano de La Celsa: suburbio madrileño necesitado de toda atención pastoral. Durante todo el mes, voy a escribir, cada día, una jaculatoria mariana en mi “diario”. He de viajar a mi pueblo natal para firmar unos papeles notariales referentes a la posible herencia que mi madre Maravillas nos dejaba de su casa.
Me entregué de corazón a trabajar por el Ordinariato como forma válida para la reinserción de los sacerdotes casados en su ministerio apostólico. Pero, a veces, sufrí los reveses de la incomprensión y de la supresión de mis posibilidades de mantener económicamente a mi familia. Hoy, al repasar mis escritos, percibimos la pesadez de una cruz que asumí gozosamente, sabedor de lo que Dios quería y me pedía. 12 de mayo, por ejemplo, me encontraba extraño, tras haber recibido una carta del cardenal Suquía, arzobispo de Madrid, y otra del párroco de Cehegín, menos negativa, pero mordaz y solapada. Me preguntaba: “Señor Jesús, ¿qué pasa con el Ordinariato?”. El 15, asisto, en Cehegín, a la inauguración de la Casa de la Cultura. Y, el 17, haría un viaje relámpago a Zaragoza, invitado por Antoni Sempere, para reunirme con el equipo que allí iba a realizar su incorporación al Ordinariato. No obstante, y a pesar de que el director del “San Pío X” me envía una carta lamentando la postura y decisión del cardenal Suquía, y ofreciéndome su apoyo y la posible forma de ayudarme, yo, en palabras escritas el 26, me encuentro alicaído, pero dando gracias al Señor, pues nadie como Él sabe lo que realmente sucede.
El 1 de junio, escribo: “Señor, la muerte de un niño de 3 años nos es una buena interpelación tuya. Me duele, Señor, que me pidas fe en la vida y sólo te dé consuelos conformistas por lo que sé que para Ti no es inevitable. Me duele que tu Iglesia sea más para el morir que para el vivir. Fiat voluntas tua!”.
El 5, recibo una carta de Mar John en la que, por estrategia, dice que el Ordinariato en España ha muerto. Yo no lo consideré estrategia, sino “bajeza”. Pero, con el tiempo, se vio que lo que pretendía el obispo oriental era no levantar más polvo, dada la reacción negativa de la jerarquía española. Esta, como el perro del hortelano, no solucionaba el tema de los sacerdotes casados ni dejaba que nadie lo solucionara. Creían que se rompía la “comunión”. Absurdo. Yo, siempre optimista, escribo el día 10 de junio: “Tendremos que buscar soluciones para tantos sacerdotes casados en España”.
ASCE y MOCEOP reaccionaron por el “cierre” del Ordinariato. Me pedían una explicación. Y preparo una reunión para fin de mes, que se vislumbra “caliente”. Las llamadas de teléfono se hacen casi ininterrumpidas al saberse la noticia del aparente “ultimátum” al Ordinariato.
Entre tanto, una noticia musical: recibo una invitación del maestro Pagán para grabar un disco dedicado a temas marianos. Cuatro canciones a la Virgen –“Ave Maria”, “Angelus”, “¡Qué hermosa es María!” y “Madre de la Tercera edad”- tendrán que ser estudiadas por mí para grabárlas a primeros de julio del 87. Efectivamente, en los Estudios AUDIOFILM, hice la grabación de las canciones para la casa discográfica PAX. El disco saldría al mercado con el nombre de “Gracias, María”. Durante cuatro días se estuvo grabando.
Aunque Eduardo Malvido trajo la noticia, publicada en el periódico YA, de que un tal Mar Juan era un falso obispo, investigaciones posteriores demostraron que no se refería ese individuo a Mar John. En este sentido, los informes de Morea y de Raimundo Paniker fueron decisivos. Pero todo eso me hacía sufrir a mí, que había visto en el Ordinariato una buena solución para el sacerdocio casado latino.
Este año, en la clausura del curso catequético de vecinos, les voy a poner la película biográfica de santo Tomás Moro, “Un hombre para la eternidad”. Dicha película es de mis preferidas. El 16, comentando el pasaje evangélico de Mateo 11, 28-30, escribo cuatro palabras: cansancio, alivio, yugo y suavidad. Y añado: “El descanso viene por la mansedumbre y humildad de corazón”. Así me preparaba a la reunión con Morea, que venía de Boston, y Chaparro, que venía de Sevilla.
Al igual que hice en mayo, puse una jaculatoria cristológica en cada día del mes de junio, y ahora, en julio, voy poniendo un breve texto del Evangelio del que saco las palabras clave. Sé que ha empezado una lucha que ya no dejaré mientras viva. El seguimiento a Jesucristo me empuja a vivir mi fe, mi sacerdocio y mi matrimonio. Y todo indisolublemente. Respeto a los sacerdotes célibes o solteros, pero lamento que esté en sus manos el rumbo de la Iglesia, en su mayoría cristianos casados.
Característico de las vacaciones de agosto son: el hospedaje en casa o huerta de mis hermanos Franco y Paquita, el visitar el casco antiguo de Cehegín, la celebración del cumpleaños de nuestro hijo Daniel, el poner diapositivas y el escuchar música clásica con los amigos. El 15, festividad de la Asunción de la Virgen, lo celebramos con una Eucaristía familiar, con asistencia de jóvenes. El 20, ya estábamos de vuelta en Madrid. El 25, invitado por TVE, intervengo en el programa “Buenos Días”. Me acompaña el sacerdote Vicente Páez, párroco de San Ildefonso. Este mes de agosto se ha caracterizado, también, por la lectura que hacía, al costarnos, sobre un libro referente a las obras de misericordia. Por mi parte, me dí a la lectura y repaso de innumerables temas enciclopédicos, que mantienen mi mente en una preparación adecuada para el diálogo y para ayudar en cualquier consulta.
En alabanza de Cristo. Amén.