Capítulo XXV
El tiempo de Daniel
El 18 de junio de 1981, recibo del párroco, como regalo por mi labor pastoral, la Biblia de Jerusalén y un estupendo libro sobre teología de la liberación. El 22, hago instancias para poder dar clases en el Colegio Caldeiro. El 27, cobro del Colegio “La Sabiduría” 68.000 pesetas, en concepto de paga de junio, julio y la extra de verano. Esta seguridad económica me va a dar pie para decirle adiós a la empresa de maderas. Aún así, el curso lo acabo “con una inexplicable pena, que solo Tú, Señor, conoces y puedes trocarla en gozo”.
Julio lo veo en tinieblas y me pregunto qué me deparará este nuevo mes. “Pero deseo dejarlo todo en tus manos, pues soy todo tuyo”, diré al Señor. Siempre encuentro en mi fe la esperanza de vivir felizmente en medio de tanta prueba. (La gran prueba me vendría en 1993). El 3 de julio le interrogo al Señor sobre lo que pasa. Hasta el vicario episcopal me dice que tengo la manía de mantener sacerdocio y matrimonio. ¿Es que no es una realidad?, me pregunto. Enseguida añado orando: “¿Por qué me llamaste tan de pequeño? ¿Para olvidarme? Yo no quiero ni puedo olvidarte. ¿Te voy a ganar yo, que soy un miserable, indigno de Ti?” Y concluyo: “¡Hágase tu Voluntad!” En realidad, esa fuerza interior, esa ilimitada confianza es mi gran secreto. Nadie, ni siquiera mi esposa, sabe cómo el Espíritu de Dios me lleva adonde y como quiere.
El 24 de julio, y por primera vez en mi vida, hace donación de mi sangre -0 negativo-. Día vendrá en que me haré donante total de mis órganos vitales y de mis ojos. El 29, sigo por TVE la boda de los príncipes de Gales, Carlos y Diana. Ésta no podía ni imaginarse el trágico final de su vida, años más tarde. No va a ver vacaciones de verano. Mamá está apunto de dar a luz a su segundo hijo. Yo, que busco trabajo por todas partes, pues ya había dejado la madera, pido al Señor me haga entender eso de que “quien quiera seguirme, niéguese a sí mismo”, y le ruego se cumpla su Voluntad en mí y en mi familia.
Esa voluntad se va a manifestar claramente el día 4 de agosto de 1981, en que vendrá al mundo nuestro segundo hijo. Nació a las 3´30 de la mañana. Al día siguiente lo inscribí en el registro civil de Congreso. Cobramos 3.000 pesetas por ese nacimiento, y le abro una cartilla en Cajamadrid. Y el antiguo rector del Colegio Seráfico le ingresó también 1.000 pesetas. El niño era una preciosidad.
Pero, por estos días, sufro tal dolor de lumbagia, que tengo que ir al “Ramón y Cajal”, donde me diagnostican principios de hernia discal. Curiosamente, no volveré a sufrir semejante daño.
El 3 de septiembre cobro del Colegio la paga de agosto y de beneficios. Ello me permite unas vacaciones septembrinas. Aunque, el 17, empiezo a trabajar de nuevo en el Colegio, por la mañana, y dedico las tardes a pintar las ventanas y los radiadores de la calefacción. Y, el 18, me matriculo en el Instituto Pontificio de San Pío X para estudiar el bienio de licenciatura en ciencias catequéticas, dependiente de la Universidad de Salamanca. El 21, entro en contacto con un magistrado del tribunal supremo, amenazado por ETA, del que seré amigo a partir de entonces.
El mundo laboral no me va muy bien, y escribo: “Señor, estamos en tus manos. Que, por ello, sintamos siempre la paz, el gozo y la libertad de ser hijos tuyos”. Y, claro, el trabajo pastoral, por el que jamás cobré ni cobro un duro, lo tengo a tope. Este curso, a partir del 1 de octubre, voy a dar en “La Sabiduría” catorce clases semanales. El 3, viajamos a Cehegín, en cuya iglesia conventual va ser bautizado nuestro hijo Daniel. Hubo cantos con guitarras. El 7, ya era alumno del Instituto citado, junto con el párroco y el coadjutor. Vamos a recibir clases de lenguaje religioso, teología de la educación, psicología religiosa y sociología religiosa. El 20, mi amigo magistrado me regala el libro “Mensaje”, escrito por él, que es una recopilación de frases del Evangelio.
En octubre, emprendo, como administrador de la finca en que vivo, una serie de obras de pocería para eliminar las humedades. El 5 de noviembre, recibo la visita de un sacerdote de Guadalajara, que estudia también conmigo en el “San Pío X”. Repasamos los diversos temas del semestre. Y el 16, recibiré llamada de otro compañero del Instituto Pontificio, que era comandante capellán del regimiento de caballería de Melilla. El 26, aniversario de nuestra boda, escribo una página importante en mi “diario”: “De momento, Dios nos ha dejado dos hijos bajo nuestra responsabilidad. De mi esposa no podría decir más que alabanzas. Es la “mujer fuerte” de la Bilblia. Su madre vive con nosotros. Es una ayuda inestimable de cara a los pequeños. Yo soy la “oveja negra” de la familia, aunque suena a falsa humildad, y puede que lo sea, pues los humildes verdaderos no se autodefinen”.
La enorme sequía que padecía España empeoraba el resfriado general y propiciaba la gripe. El 20 de diciembre, soy invitado a pronunciar la homilía. Hablé de la caridad, de la ayuda solidaria, del compromiso parroquial… Por la tarde, participaré cantando en el festival de le tercera edad, en Caldeiro, y seré recompensado con un cenicero de cerámica y plata, con el escudo de Madrid, que me entregará la famosa presentadora de televisión, Nieves Herrero, cuya amistad mantengo. Y en los breves días del descanso navideño, leo el libro de Manuel Azaña “El jardín de los frailes”, donde narra su época de estudios en El Escorial y en Alcalá. Así acabaría 1981.
Entre la vida y la muerte
Al iniciarse 1982, tengo palabras de gratitud hacia Dios, pidiéndole que sepa vivirlo, junto a mi esposa e hijos, en una entrega plenamente sacerdotal y profética. Voy a ir apuntando la música clásica que escucho, prácticamente, a diario. Mi agenda la abro con dos cuartetos, que dicen así:
¡Siglo XX que envejeciéndote vas/que a nosotros nos vas envejeciendo!/Devenir de la vida que, en muriendo,/la cosecha de sus frutos nos la das.
Cada día es el penúltimo compás/de una danza de cómicos bebiendo/que, a base de fingir, siguen creyendo/no haber, de aquí tras la vida, nada más.
Nunca sabremos por qué no acabé el soneto iniciado.
Los “reyes” fueron muy generosos. El 12, me leo la “familiaris consortio” de Juan Pablo II. El 18, recibiría la visita de jóvenes mormones, y, el 20, la de tres miembros de las comunidades neocatecumenales de Kiko Argüello, que explicaron su “camino”. Les hizo ver que no estaba de acuerdo en todo, pues notaba una rara mezcla de obediencia al Espíritu y casi esclavitud a la estructura y a la ley.
El 23, por la noche, notamos que Daniel se encontraba mal, y lo ingresamos en la clínica infantil de la Paz, aquejado gravemente de bronconeumonía. Inmediatamente pasó al UVI. El dolor nuestro fue indescriptible, pues nuestro segundo hijo sólo tenía cinco meses. Yo escribiré: “Sólo Dios lo sabe, y su saber misteriosamente nos oculta. De ahí, la cruz humana”. El 25, entró en fase de empeoramiento, aunque el médico cree que la superará. La pena nuestra, inenarrable, me hace exclamar: “Sólo Tú, Señor, puedes hacerlo. ¡Auméntanos la fe!” El teléfono de casa sonó sin interrupción. Visitas continuas. El párroco pidió a los fieles que no dejaran de rezar. Daniel, esa noche, entraría en una fase crítica para su vida: tendría que superarla, o morir. Pero, al día siguiente, yo, consciente del milagro producido, dejaré escrito en mi “agenda”: “Creo, Señor, que has intervenido, una vez más, poderosamente, en beneficio de tus criaturas. Gracias por el estado actual de D, que es hoy muchísimo mejor. ¡Que pronto nos venga a alegrar la casa!”
El 27, se encuentra totalmente fuera de peligro. “En sus ojos y sonrisa he vuelto a verte. Gracias, Señor”, escribiría. Y añado: “Nos da mucha pena esa niña de Salamanca y esos niños que siguen sufriendo. Señor, dales vida para que Te alaben con sus padres. No tengas en cuenta sino el manifestar tu gloria y tu salvación”. Y es que, por la misma enfermedad de Dani, que luego diagnosticaron como bronquiolitis, los demás niños se iban muriendo. Eso hacía casi insoportable nuestro dolor.
Al día siguiente, pasaba D a una habitación normal, y come y duerme felizmente, como si nada hubiera pasado. Hasta la enfermera dijo que era un niño buenísimo. Seguiré, cada día, dando gracias a Dios. La audición musical, que había interrumpido el día 24, la reanudo el 30 de enero. Febrero vendrá con la gozosa noticia de que Daniel puede volver, sano y salvo, a casa. “¡Que él siempre sepa que el médico eres Tú!”, dejaré escrito en mi “diario”. Efectivamente, el 3, ya estaba de nuevo en casa. Sin embargo, el 10, queda ingresado nuevamente en “la Paz”, en una semi carpa con oxígeno. Hay que rezar otra vez. El 12 le ponen goteo, pero no tiene mayor problema. El 19, mucho más flaco, vuelve a casa, tras la revisión cardiológica. Se le comprará un vaporizador para ayudarle a reblandecer la mucosidad y respirar mejor. Exclamaré: “Gracias, Señor. Que no vuelva a recaer, pues está débil”. El resto del mes de febrero seguiré buscando más clases de religión.
El 3 de marzo, voy a empezar a dar clases en el Centro de Puericultura “María Hita”, cerca de casa. Tiene cuarenta alumnas. Es muy posible que coja, también, clases de ética. Dejo escrito: “Sé, Señor, que esta vida son cuatro días. ¡Cómo me gustaría que estuvieran llenos de tu Voluntad!” El 26, acabo mi primer semestre en el San Pío X y me reúno a comer con mis compañeros que vienen de fuera. El 28, acompañando a mi amigo magistrado, asisto en el Teatro Real a la interpretación de “la Pasión según san Mateo” de Bach, por la orquesta y coros de RTVE, dirigidos por Odón Alonso. Estuvo, también, la reina Doña Sofía. Desde mi butaca de patio n.3 de la fila 4, seguí el concierto con una partitura de bolsillo. A su término, entré a los camerinos para saludar a los solistas intérpretes, que me firmaron el “programa”. Me gustó tanto el dicho concierto, que expresé mi gratitud al Señor en la página de mi “diario”. El 30, asisto a un cursillo sobre el Nuevo Testamento, dado por el franciscano Victoriano Casas, del que más tarde tendré desgraciadamente que hablar.
Para alabanza de Cristo. Amén.